miércoles, 28 de octubre de 2009

Crisis económica y Mundo Arabe

ROUNDTABLE THE POLITICAL DIMENSIONS OF THE WORLD ECONOMIC CRISIS: A PERSPECTIVE FROM THE ARAB WORLD 28th of October 2009, Casa Árabe, Madrid
Mesa redonda “Las dimensiones políticas de la crisis económica mundial: una perspectiva desde el Mundo Árabe”

Ponencia de Abdeslam Baraka (Block 2: Revising the role of the State in development models)

Buenos días,

Permítanme en primer lugar, agradecer la amable invitación de la casa árabe y del club de Madrid, que naturalmente acepté encantando. Aunque debo confesar que al tratarse de una perspectiva desde el mundo árabe, me encontré con la misma dificultad de aquel ponente español, alemán, francés o italiano que hubiese tenido que abordar el mismo tema en relación con Europa, en el periodo anterior al proceso de integración europea; o sea, empeñarse en hacer confluir diversos sistemas políticos, tan dispares, hacia una misma percepción de los acontecimientos. A esta dificultad objetiva hay que añadir la imposibilidad de analizar con la misma lupa economías cuyas renta per cápita se extienden desde los 800 hasta los 60.000 US$.

Tratándose de los últimos acontecimientos en el mundo económico y empresarial, tenemos que reconocer que aunque la historia nos aporta sus nítidas enseñanzas, nuestra vanidad y los tiempos de abundancia se encargan, generalmente con éxito, de enturbiarnos la buena visión.

Las sucesivas crisis que han sacudido el curso de las finanzas mundiales contemporáneas, desde 1929 hasta el 2008, no hacen mas que demostrar la imperativa conveniencia de recuperar la responsabilidad institucional en la regulación de la actividad económica y financiera y la urgente necesidad de reformar el sistema no sólo a nivel de ajustes técnicos sino también a nivel de principios éticos y valores.

Si el economista y filósofo italiano, Vilfredo Pareto, pensaba que una política dada era deseable si permitía mejorar la situación de un individuo sin afectar el bienestar del otro, es obvio que en la actualidad, estamos en las antípodas de este sabio pensamiento. Las políticas practicadas o permitidas por algunos gobiernos, en el sector financiero no sólo han afectado el bienestar de la gente sino que han provocado verdaderas tragedias humanas, en masa. Diciendo esto, no pienso en los que han desperdiciado fortunas en bolsa sino en los que han perdido sus ahorros o su trabajo.

Es cierto que la reacción del Estado en el mundo occidental, con vistas a atajar la crisis, fue fulminante hasta el punto de que la propia patria del "thatcherismo" nos trazase de nuevo el camino de las nacionalizaciones. En cambio, la política de espera que se observó en el mundo árabe, producía una cierta perplejidad, máxime cuando en esta parte del mundo, en casos de crisis se carece, en general, del colchón de estructuras y ayudas sociales capaces de aliviar las dificultades de las poblaciones.

Pero si el actual protagonismo del poder político en occidente no lo exime de la responsabilidad de haber presenciado, de manera escandalosamente pasiva, la instalación y el desarrollo del casino financiero mundial, sin intervenir en el momento adecuado; del mismo modo, hay que reconocer que el exceso de intervencionismo económico del Estado, o más bien de la elite estatal, en el mundo árabe, en décadas de ejercicio, no permite conjeturar ninguna emancipación económica verdadera.

Es la cuestión del rol del Estado en el desarrollo que trataré de exponer desde la realidad que me es más cercana, sin dejar de explorar, en una primera parte, el contexto internacional.

I- El mundo árabe frente a la crisis económica mundial

No creo sorprender a nadie si comienzo mi intervención, con la afirmación de que el mundo árabe ya estaba "en crisis antes de la Crisis": Entre la dependencia casi exclusiva de los hidrocarburos para unos, el peso de la deuda pública para otros, la ayuda extranjera para los más pobres y la dependencia común de la tecnología occidental, la perspectiva no era nada halagüeña.

No hace falta recordar las convulsiones que padece este importante espacio regional: desde los famosos programas de ajustes estructurales, las sucesivas guerras del golfo, la tragedia del 11S o más recientemente, desde el 15 de septiembre del 2008, en cuanto se desató el pánico en el mundo financiero internacional con la declaración de quiebra de Lehman Brothers.

En ese momento, en el mundo árabe eran numerosos los expertos que pretendían que la crisis financiera no tendría gran repercusión sobre sus economías por el hecho de que su sistema financiero estaba bajo control y de no presentaba suficiente vinculación con el circuito bancario transfronterizo. Fue entonces cuando modestamente, publiqué en la tribuna del diario El País un artículo titulado "La crisis financiera vista desde Rabat", refutando dichos alegatos y vaticinando que los efectos de la crisis serían peores en los países pobres que en los países ricos. Verdad de Lapalisse (o de Perogrullo), sin duda, pero que cabía resaltar porque que se revela en la carne viva de la gente y no sólo en informes de expertos eminentes.

Lo que preocupaba era la falta de reacción política de los países del Sur, salvo Brasil y alguna que otra reacción puntual.

No se trataba de reclamar a esos países, incluyendo el Mundo árabe, que se involucraran en salvar las economías de los países industrializados, sino en llevar a cabo un esfuerzo de anticipación y el compromiso de aliviar los efectos del repliegue occidental y de las desinversiónes que se avecinaban. Todavía más, es posible que se haya perdido la oportunidad de una cierta emancipación económica, practicando políticas agresivas de captación de inversiones y de transferencia de tecnología en el ámbito empresarial.

Es peculiar el caso de los países productores de petróleo. Se habían beneficiado de un largo periodo de bonanza en el que el precio del barril pasó de 20 dólares en 2002 a 147 dólares en 2008. Esta situación les permitía percibir la crisis que se anunciaba con una cierta confianza y hasta como una oportunidad, si no fuese por la actitud de occidente frente a los fondos soberanos árabes como consecuencia de los atentados del 11S. Aunque sus depósitos e inversiones en occidente no pudieron eludir la depreciación que azotó, en general, al mundo bursátil. A estos avatares hay que añadir, en el caso de los países del Golfo, el importante gasto de financiación de la guerra, que consiguió el impensable resultado de endeudarlos.
Al resto de los países árabes, la crisis los cogió debilitados, fundamental y paradójicamente, por causa de los esfuerzos que debían asumir para evitar el aumento del precio del carburante para el consumo y las consiguientes protestas sociales que suelen acompañarles. Hasta cuando quisieron recurrir a los organismos financieros internacionales, vieron cómo estos últimos habían, a su vez, consumido sus recursos volando apresuradamente al rescate de algunas economías europeas a la deriva, incluso Sudáfrica.

En la actualidad, la crisis financiera iniciada por el comportamiento irresponsable del sistema bancario y bursátil occidentales, ha dejado paso a las dificultades políticas de los gobiernos, que luchan por cerrar unos presupuestos, que carecen de recursos suficientes y que pretenden contener un malestar social latente.

En otras palabras, nos encontramos ante la inhabitual situación en que el Estado, o el poder político se ve debilitado; por haber reaccionado e intervenido en un sector de la economía, dejado durante mucho tiempo a sus anchas y que amenazaba con quebrar el sistema. Ese mismo sector, hoy convaleciente pero suficientemente recuperado como para devolver "la cortesía", no parece conmoverse por el embarazo (dificultades) de su salvador.

Es justamente lo que nos interpela y que nos invita a debatir de nuevo sobre el papel del Estado en el desarrollo económico, sin caer en el viejo y estéril debate de "más Estado o menos Estado".

Pero si esta cuestión puede parecer de carácter universal, hay que reconocer que en el caso del mundo árabe, quedará pendiente una condición previa, que reside en la reestructuración de los instrumentos de gobierno con el fin de llevar a buen puerto las reformas necesarias para la buena gobernanza. Es lo que trataré de resumir en este último capítulo.

II- La necesaria reestructuración del Estado en el Mundo árabe.

Hay tres factores fundamentales que entorpecen un verdadero desarrollo de los países del sur del Mediterráneo y medio-oriente y que conviene tener presentes en cualquier aproximación al futuro regional. Sin olvidarnos de que se trata de una región considerada, históricamente, como parte del corazón del mundo y que fue la cuna del nacimiento de las tres religiones monoteístas. Es justamente en esta región donde la nueva relación Norte- Sur debe materializarse para garantizar la paz y dejar fluir una perspectiva de desarrollo armonioso y duradero en el resto del planeta.

En general, los países que se ha dado en llamar, "el mundo árabe" y que se extiende sobre dos continentes, han heredado de la época colonial unas estructuras administrativas que persisten a través de una metodología de trabajo, que, por su resistencia intrínseca a adaptarse a la modernidad, constituyen, en muchos casos, un verdadero freno al desarrollo.

Del mismo modo, la impronta cultural occidental, durante largos años de ocupación, ha engendrado una dualidad social e intelectual que mantiene una seria dicotomía entre modernistas y tradicionalistas, que no ha terminado de revelar plenamente todos sus efectos.

Y en tercer lugar, cabe señalar el paternalismo y los lazos de dependencia mantenidos, en muchos casos, por las antiguas potencias coloniales, que resultan incompatibles con la visión que queremos tener de un mundo justo para el siglo XXI y de una sociedad libre y responsable.

Personalmente, pienso que pertenece a los Estados del mundo árabe, cada uno en su ámbito nacional, resolver esta ecuación, apoyándose en el enorme potencial material y humano del que disponen. Y contando con una nueva actitud ante sus pueblos y ante le humanidad, poner en marcha la dinámica necesaria para que los Pueblos del Mediterráneo forjen una nueva relación basada en el respeto mutuo y la proyección hacia el futuro.

Por otra parte, corresponde a los países del norte, levantar la actitud de desconfianza y sospecha que mantienen hacia el sur y acaten definitivamente el profundo apego de unos y otros a sus creencias y tradiciones.

Es cierto que el punto de convergencia deberá situarse en los valores humanos y democráticos, universalmente reconocidos. Esa plataforma de mínimos, que no es propiedad de ningún pueblo ni de ninguna civilización, constituye el único camino para gozar definitivamente de una estabilidad y de un bienestar que, sin lugar a duda, están a nuestro alcance.

Sin estos principios elementales, no se puede plantear la idea del desarrollo duradero, en un mundo globalizado que hasta ahora, solo supo cambiar la crispación política e ideológica de la guerra fría por un enfrentamiento religioso y comunitario, que resultará difícil apaciguar, sin contar con la expresión libre y responsable de una clase política seria y de los intelectuales comprometidos en el mundo.

Por ello mismo, hablar de modelos de desarrollo, resulta hoy en día poco creíble. Y sin duda hay que alegrarse del fin de la era de las ideologías dominantes, lo que deja suponer que el ciudadano ha dejado de ser un vasallo de un semejante "iluminado", que le dicte y le imponga sus elucubraciones y un estilo de vida.

Finalmente el eje de cualquier modelo de desarrollo debe ser el ciudadano emprendedor y trabajador. Es quien genera la riqueza, quien dispone del conocimiento y de la creatividad necesaria a cualquier avance económico, social o cultural.
En cuanto al Estado, es importante que se mantenga en los limites de su concepto jurídico y que no se erija ni en competidor ni en observador.

Pero el Estado no puede eximirse de lo esencial del servicio público y social, por muy liberal que sea y por muchos bienes y competencias que pudiera ceder a la iniciativa privada. Su personalidad moral no permite desvincularlo del conjunto de la población que lo conforma, por lo que la responsabilidad de los servicios concedidos o abandonados por el, deberán permanecer vinculados a su misión pública y a lo que debe ser su esencia democrática.

En el medio plazo y sin pretender mirar en una bola de cristal, podemos constatar que en el momento en que Occidente, después de haber condonado deudas millonarias y nacionalizado entidades bancarias y financieras, se prepara a salir de la crisis regulando parámetros y dando los últimos retoques al Estado de bienestar de las próximas décadas en un marco de concertación colectiva. El "mundo árabe" en cambio deberá consagrar esas mismas décadas, a hacer su examen de consciencia y resolver el problema de la identidad perdida que le afecta, desencadenando la evolución del propio concepto que lo sustenta, lejos de cualquier deriva étnica o racial y apostando por una formación adecuada, personalizada y generalizada de su juventud.

No será la regla de las mayorías quien logre este objetivo, ni el dictamen emitido por las cúpulas del poder sino las reglas de la concertación y el consenso, que constituyen los únicos elementos aptos para garantizar la adhesión de todos y la continuidad y permanencia de las reformas necesarias. Un pensador decía que el progreso no es más que la tradición en marcha.

Nos falta mucho por resolver, aunque "sí, podemos" lograr el objetivo de desarrollo que otros, antes de nosotros, lograron. Así se puede favorecer la emergencia de una vida política democrática, activa y plural, que paulatinamente permita sustituir la cultura de la autoridad prevaleciente por la cultura de la Ley .

Necesitamos desarrollar una verdadera política de vecindad sea entre los propios Estados Árabes o entre estos últimos y su entorno geográfico natural, que se apoye en una voluntad sincera de diálogo y de cooperación y en resolver los conflictos fronterizos anacrónicos heredados de la época colonial.

No creo en la posibilidad de transponer modelos de integración y desarrollo como el europeo al área que nos ocupa. Pero si pienso en la capacidad de complementariedad y solidaridad con fines de desarrollo común y de alcanzar la realización de objetivos concretos y prioritarios como la erradicación del analfabetismo y la pobreza y la preservación del medio ambiente.

Es todavía posible integrar una nueva dimensión de tiempo a largo plazo y aspirar a un desarrollo verde que preserve nuestros recursos y ofrezca una alternativa viable a nuestras futuras generaciones.

Es igualmente posible apoyarnos en nuestro gran mercado interior y a merced de inversiones públicas solidarias, crear riqueza y puestos de trabajo, priorizando la empresa nacional cuando la capacidad técnica lo permita, sin despreciar las inversiones extranjeras generadoras de actividades conexas permanentes.

En espera de todo ello, el principal papel de los Estados consistirá en gestionar esta transición como buen padre de familia, con pragmatismo y mesura y facilitar el acceso al conocimiento.

Solemos olvidar, en el mundo árabo-musulman, que la primera revelación divina al profeta Mohamed, fue la Sourat: "Al Aalaq", que dice:

"Lee en el nombre de Dios, que ha creado ... Lee, en el nombre de Dios, el mas generoso; que enseñó por medio de la pluma, enseñó al ser humano lo que no sabía..."

Recobremos pues, al menos, esta clara invitación a situar el conocimiento, por encima de cualquier interpretación errónea y retrógrada, en la línea de salida de cualquier desarrollo humano. Recobremos este claro alegato que nos recuerda que el conocimiento y la investigación no tienen límites ni tabúes.

A veces me pregunto si, en verdad, nos complacemos en mantener una ceguera de la que no padecemos.

Gracias por su atención.

Abdeslam Baraka

Madrid a 28 de octubre 2009

martes, 14 de abril de 2009

El Mundo Arabe, sin rumbo

Cuando algo cambia a nuestro alrededor lo primero que procuramos es anticipar los acontecimientos, tratando de tomar nuevas posiciones para evitar el desfase. Cuando algo cambia a nuestro alrededor hay que prepararse a lidiar con lo que se aproxima, mediante el fortalecimiento del cuerpo y el saneamiento del espíritu. Y en estos tiempos de crisis, algo está cambiando a nuestro alrededor.

Sin embargo, el mundo árabe no parece reaccionar con esos reflejos naturales y da la impresión de que opta por dejar pasar la racha, en lugar de alzar la cabeza en busca de su posición perdida. El riesgo es terminar conformándose con cualquier hueco que quede libre. Herido por décadas del colonialismo efectivo y sangrado aún por el dominio económico y cultural, el mundo árabe no acaba de resolver sus propias contradicciones y da la impresión de navegar sin rumbo a merced de la fuerza del viento.

Su nacimiento data de la época de la confrontación entre Occidente y el Imperio otomano musulmán. Desde entonces, el conjunto de entidades nacionales que acordaron, una tras otra, formar la Liga Arabe, en busca de apoyo en sus luchas de liberación, sigue empeñado en mantener una identidad que sirvió en su momento para deshacerse de la dominación turca pero que no concuerda ni con la historia ni con los sentimientos actuales de los ciudadanos.

La confusión entre la propagación del idioma árabe y la pretendida “arabización” de comunidades a nivel étnico o racial, constituye, en mi opinión, el nudo gordiano que dificulta la asunción por cada pueblo de su propia personalidad histórica y enturbia la visibilidad de las vías que faciliten su auténtica realización.

La lengua árabe, por ser la lengua del Corán, goza de una cierta sacralidad en el conjunto del mundo musulmán y por medio de ella se practica el Islam. Pero no por utilizar el idioma se asume una determinada raíz étnica o racial como no todo lo francófono es francés ni todo lo que es hispánico es español. En cambio, Occidente se reclama de su referencia religiosa judeo-cristiana y de la civilización greco-romana y en consecuencia, incrementa el legado recibido, aunque el idioma no esté por medio.

La Liga Arabe ya no es coherente con los principios que dieron lugar a su nacimiento. No es lo que fue en sus orígenes, ni se la escucha ni se la ve. Los tiempos de las viejas motivaciones han concluido y sólo quedan las contradicciones y diatribas calumniosas, estériles o anticuadas. Ni la legítima pero tristemente celebre cuestión de Palestina parece ser capaz de revitalizarla. ¿Habrá llegado el momento de reconocerla como entidad exclusivamente lingüística y cultural?

Los países del sur del Mediterráneo y de Oriente próximo, se enfrentan a nuevos desafíos de desarrollo que preserven sus recursos humanos y naturales. Por otra parte, están llamados a contribuir, juntos, a la edificación de un mundo solidario y de paz donde el único idioma deberá ser el de la democracia y el del respeto de la voluntad de los pueblos. No por ello deberán alejarse de su referente religioso islámico ni de su patrimonio cultural árabo-musulmán; antes al contrario, su contribución a la nueva era se encuentra justamente en ese legado, en sus enseñanzas, su grandeza y sabiduría.

Otras estructuras son posibles contando, porqué no, con la propia Turquía que pena por acceder a la condición plena de miembro de la Unión Europea y cuya inclusión en una eventual nueva organización desplazaría de manera significativa el actual punto de gravedad geo-estratégico del mediterráneo. Tal reposicionamiento, allanaría el camino hacia una relación Norte-Sur más equilibrada y permitiría recobrar el Mediterráneo como un verdadero espacio de encuentro.

Crisis mundial mediante, estamos hoy en un cruce de caminos. Pertenece a los pueblos del sur del Mediterráneo escoger el suyo sin esperar más vientos favorables que los de su determinación, de su entusiasmo y constancia.

"Dios no cambia la condición de la gente mientras estos no se cambien a sí mismos" Qur’an XIII 11.

Abdeslam Baraka

Rabat 14 de Abril 2009

martes, 31 de marzo de 2009

Nueva gobernanza y reforma de los Estados

La transición que estamos viviendo se refleja en el malestar de la ciudadanía con la clase política. La falta de liderazgo, de credibilidad, de ingenio y de espíritu de sacrificio no explica por sí sola la expansión de este sentimiento. Tampoco se debe a la formación o la capacitación de los políticos, que nunca han estado para impartir cursos magistrales, sino para tener sentido común y dar el impulso necesario a las políticas que, democráticamente, hayan establecido.


Lo cierto es que existe un desfase entre la evolución de las sociedades y los sistemas de gobierno heredados; para unos, de la posguerra y, para otros, del colonialismo o de la confrontación Occidente-Oriente.


No es tanto el nivel de democracia lo que interesa aquí, sino la necesaria adecuación de las estructuras y medios estatales a una nueva realidad. Es un hecho que la globalización está avanzando como una nave sin timonel, que la empresas multinacionales han alcanzado dimensiones que sobrepasan las capacidades de numerosos Estados y que los flujos de capital se hacen cada vez más fugaces y aventurados.


Por otra parte, nos afectan muchas de las medidas que se toman en el marco de estructuras supranacionales (OMC, FMI, BM, UE, OTAN, Etc.) y por delegados que, por muy competentes que sean, no dejan de ser vulnerables a los viciosos mecanismos de toma de decisión de tales organismos.


La propagación de la violencia provocada por grupos organizados e incluso por Estados determinados, el narcotráfico y la corrupción amenazan la estabilidad de las sociedades. Esta lucha absorbe gran parte de los medios humanos y financieros de los gobiernos.


Son varios, pues, los factores que conducen al debilitamiento del poder estatal. El mismo poder, en su afán de “liberalismo y modernidad”, contribuye a ahondar la dolencia, procediendo voluntariamente a desarticular las estructuras clásicas del Estado sin cuidarse de sustituirlas por los instrumentos adecuados. Los atributos del Estado se hacen cada vez mas imprecisos, la responsabilidad más difusa y la relación con el ciudadano mas lejana. Lo trágico es que nadie sale beneficiado de tanta fragilidad. Ni los políticos, que ven como su margen de acción se va mermando, así como su visión de futuro. Ni los pueblos, que se sienten abandonados a su suerte en nombre de una ideología económica descarrilada que propugna la ley del más fuerte. A unos se les ve confusos y extenuados, a los otros indiferentes y apáticos.


Este es, a mi juicio, el marco donde hay que buscar las causas, no ya de la crisis financiera, sino de la cadena de crisis que padece el mundo en la actualidad. Asegurar la gobernabilidad pasa por la reestructuración de los Estados y su capacidad a adaptarse a los actuales desafíos. No hay marcha atrás posible. Habrá que pensar de nuevo el concepto de soberanía del Estado, lidiar con la globalización, con el gigantismo de las empresas y establecer un orden jurídico internacional que ponga orden, ética y justicia en las relaciones internacionales.

Los gobiernos tendrán que despojarse de las estructuras obsoletas de administración para dotarse de instrumentos ágiles e inteligentes que garanticen la responsabilidad, la transparencia y comunicación.

La tarea nos puede parecer imposible si perdemos de vista que el objetivo es el bienestar de los pueblos, su desarrollo, su seguridad, en el sentido amplio de la palabra y su desarrollo, La ampliación de las libertades individuales y colectivas puede constituir, por sí misma, una sólida barrera frente a los abusos y extremismos de todo género y contribuir a regular una situación que se hace insostenible para todos.

La solución a nuestros males no se encuentra en la “caza de brujas”, que no pocas voces reclaman, sino en la sabiduría de los pueblos que habrá que escuchar y con los que se tendrá que recomponer una relación que permita una participación ciudadana más efectiva en la tarea de gobierno.

¿Sabremos afrontar las convulsiones que caracterizan los procesos de transición? En el caso que nos ocupa, no se trataría de una entrega de mando entre dos sistemas de Gobierno sino de la capacidad de enlazar de manera responsable y sosegada con una nueva era.

Abdeslam Baraka

31 de marzo 2009

martes, 10 de marzo de 2009

Las nuevas obligaciones del Estado democrático liberal


Cuando los padres y los propulsores del Estado democrático liberal desarrollaban sus tratados y campañas, no se imaginaban que el sistema de gobierno que contribuían a poner en marcha podía servir de cuna a escándalos financieros y estafas de dimensiones internacionales.

La retirada del Estado de ciertos sectores públicos en favor de la libre empresa, nunca ha significado ausentar el control y la regulación institucional. No obstante, asistimos a una cabalgata de los bancos y del sector financiero en general, sin brida ni jinete, que culminó con la crisis de los créditos subprime y el consecuente descalabro económico y social que conocemos a nivel planetario.

Tampoco nos parecía descabellada la voluntad de dejar que el mercado fijase los precios de bienes y mercancías, en una sociedad que compensa el esfuerzo y la creatividad y que confía en el juicio del individuo y de las colectividades. Pero no encontramos racionalidad alguna a la vertiginosa subida de los precios del petróleo y de productos agrícolas (trigo, maíz, arroz, soja... etc.), en el curso del último año. Allí siguen los pretendidos alicientes de tal encarecimiento (crecimiento de India y China, consumo energético americano, el desarrollo del biocombustible, los riesgos de conflictos armados, la proliferación nuclear...), sin embargo los precios han vuelto a bajar substancialmente.

Algunos dirán que la teoría de los ciclos económicos recobra vigencia o que es propio de la dialéctica económica, lo que valdría decir que la crisis estaba “escrita”. Personalmente prefiero sumarme a los que creen que los únicos ciclos son los de nuestros errores, nuestra vanidad y soberbia.

Es obvio que la crisis terminará por amainar a golpe de administrar remedios de caballo al sector financiero. Aunque no es menos cierto que todo el apoyo publico aportado a los bancos vendrá a engrosar una deuda, que nos puede parecer hoy en día virtual pero, que en su momento habrá que pagar en efectivo.

Desde ya, Bernanke y Trichet vaticinan el fin de la recesión para los próximos meses. Es decir, la vuelta a los negocios, aunque no se perciben todavía las nuevas reglas de juego prometidas.

Dichosos pues, los millones de parados o ahorristas del mundo que quieren creer en la buena noticia y que la anhelan desde meses. Ellos, esperan una recuperación sana, que llegue sin que sea acompañada por semejantes de Madoff, Stanford o el trader de “La Société Générale”, entre otros.

Ellos reclaman que el Estado democrático y liberal ejerza sus competencias en pro de un mercado sano que no deje de lado a los más débiles. Ellos no quieren ser simples consumidores sino que pretenden ser considerados como ciudadanos contribuyentes, merecedores de su derecho a saber, exigir y ser protegidos.

El liberalismo, no puede eximir a los gobiernos y legisladores del deber de dictar las reglas, que permitan equilibrar la relación entre el banco y el cliente, entre la aseguradora y el asegurado y que hagan que desaparezca la letra pequeña de los contratos leoninos, que se distribuyen en masa a los usuarios de empresas concesionarias de servicio público.

El liberalismo, no justifica la publicidad falaz ni la comercialización de productos peligrosos, sean financieros o alimentarios.

El liberalismo no debe asumir que desaparezca la ética de los medios de comunicación audiovisuales, hasta el punto de verlos transformados en casino global, a fuerza de SMS.

El liberalismo, que se concibió, en parte, como defensa contra el despotismo político de Estado, no puede, en el apogeo de su desarrollo, ser sinónimo de anarquía o de impunidad, aún menos de una trágica desregulación de la relación humana.

¿ Estaríamos pues, ante nuevas obligaciones que el Estado democrático y liberal deberá asumir para evitar la confirmación del fracaso?

¿No decía Maquiavelo que “El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”?

Abdeslam Baraka

10 de Marzo de 2009

lunes, 2 de marzo de 2009

Inmigrante o expatriado ante el Estado de Derecho


Acosados en tierras ajenas, vilipendiados a veces por mentes ignorantes de su propia realidad, acusados de todos los males por políticos poco escrupulosos con una supuesta ética de la tradición democrática, los inmigrantes representan, sin embargo, el soporte indispensable del sistema socio-económico occidental.

Son gente culta que no alcanza a ser profeta en su tierra; son personas “nacidas demócratas” que no soportan vivir en sistemas regidos por otros principios o que carecen de ellos; son seres humanos que buscan mejorar su vida y la de sus seres queridos; son los desplazados de nuestro siglo, los nuevos desterrados y las víctimas del desorden mundial. Son una u otra cosa o todas a la vez. Lo cierto es que constituyen el fenómeno del siglo más temido y paradójicamente deseado en ciertos casos.

Suman más del 9% de la población en Europa, cerca del 15% en América del Norte y el 16% en Oceanía.

Aportan a Occidente su sabiduría, su fuerza de trabajo, su juventud, su diversidad, su consumo y su contribución fiscal. Todo ello es cuantificable y su contribución a las economías de los países receptores ampliamente estudiada y comprobada.

No siempre deciden buscarse la vida por iniciativa propia. En gran parte son captados por Estados o empresas en busca de mano de obra, de médicos, ingenieros, técnicos informáticos y otros cuadros formados gracias al esfuerzo de sus compatriotas, en sus pobres países de origen. Es la llamada caza de cerebros, y de personas que si no alcanzan las previsiones establecidas por sus seductores… son devueltos a sus lugares de origen con el consiguiente descalabro para ellos y para su comunidad de origen. Se olvida con demasiada facilidad que la persona que arriesga su vida más allá de sus fronteras, en busca de una situación laboral mejor, no sólo se expone a sí misma sino a la comunidad que contribuyó a su formación y que ha puesto en él sus esperanzas. De ahí tantas personas de la emigración que, antes de regresar con un fracaso a sus lugares de origen, se dejan la vida de una u otra forma, como llevados por el viento.

Empezaron por ser carne de cañón en las guerras europeas del siglo XX. Luego pasaron a ser la mano de obra indispensable para la reconstrucción. Hoy son el sostén imprescindible del bienestar occidental. Pero seguirán siendo objeto de controversias, manipulaciones y explotación mientras el sentimiento de debilidad les persiga.

Salieron débiles de sus tierras y llegaron desamparados a su destino. El miedo al fracaso es su principal enemigo y un gran vacío de incomprensión les rodea. De nada les sirve atenerse a los convenios internacionales de “protección de los trabajadores migratorios” ni a la propia declaración universal de Derechos Humanos puesto que emocionalmente no se sienten en condición de reclamar ni de defenderse. Son auténticos desarraigados que soñaron con repetir a la inversa los caminos de los pueblos que los invadieron, sometieron y explotaron.

Por ello necesitan de la comprensión y de la asistencia de la gente de bien hasta que ese sentimiento de debilidad desaparezca. Entonces se habrán integrado en las sociedades de acogida aportando sus saberes y su riqueza o habrán conformado especies de ghettos en tierra extraña, como fue el caso de muchas otras poblaciones a lo largo de la historia.

Los mismos europeos han padecido las mismas dificultades en su larga historia como emigrantes antes de caer en la cuenta de que están ante otros semejantes a quienes deben acoger con arreglo a las leyes de la hospitalidad y de los derechos fundamentales.

En la actualidad, aparece de nuevo la figura del “expatriado” por la que algunos parecen inclinarse para indicar la condición de emigrante occidental.

El matiz no es ni casual ni despreciable. Corresponde a un espíritu diferente y se deduce de un sentimiento de libertad y de seguridad.

Sea por razones económicas o por el placer de buscar otros cielos, el “expatriado occidental” es consciente del respaldo que supone para él, su propia nacionalidad. No tanto por pertenecer a un mundo poderoso sino porque simplemente, su persona cuenta en democracia.

Sin duda, la condición de ciudadano forja en el individuo una personalidad con características peculiares que le confieren dignidad, serenidad y confianza.

El sentirse arropado por un Estado de Derecho es lo que a fin de cuentas distingue al expatriado del inmigrante. Y me inclino a creer que el fenómeno migratorio actual se mueve justamente por la incesante búsqueda de ese mismo sentimiento.


Abdeslam Baraka

Rabat a 2 de Marzo de 2009

sábado, 14 de febrero de 2009

La sociedad de consumo no es una fatalidad

La crisis que vivimos, empezó por ser una crisis financiera para transformarse en crisis económica con la consecuencia social que cada uno de nosotros siente al menos en su entorno.

La apatía de principio no tardó en transformarse en alarma antes de engendrar una verdadera confusión. Después de dudar, de vacilar y de recapacitar, los gobiernos convencidos del liberalismo y de la perspicacia de la ley del mercado, terminaron por optar por lo inconcebible a su juicio, o sea intervenir en el propio mercado con medidas gubernamentales y medios públicos, al haber comprobado que las inyecciones de liquidez y las medidas extremas de los bancos centrales no daban abasto al pánico que se instalaba.

Sea a través de alentar el consumo, reduciendo los impuestos y otras cargas o a través del incremento de la inversión pública cuyo ejemplo mas ilustrativo es el “Recovery and Reinvestment Act” adoptado recientemente por el congreso de EE.UU. bajo el impulso del flamante Presidente Barack Obama, las medidas adoptadas abonan en el sentido de sostener el propio sistema, notoriamente culpable de la temible deriva.

¿Será suficiente la inyección de 787.000 millones de dólares para reactivar el mercado americano e insuflar la confianza en la economía mundial? Ciertamente no. Otras medidas de gobernanza, principalmente de orden político y legislativo deberán intervenir para recobrar la confianza del ciudadano que en fin de cuentas aparece como el verdadero inversor por medio de sus ahorros logrados al sudor de su trabajo y del riesgo consentido en sus iniciativas.

Lo único cierto, es que la crisis permitió a los políticos recobrar protagonismo, eso sí, a través de los recursos de los contribuyentes y no siempre con acierto.

Algunos preconizaron, la refundación del capitalismo; otros tuvieron la tentación de recurrir al proteccionismo y negar las ventajas cuan elogiadas de la globalización. Ni los unos ni los otros responden realmente a la preocupaciones de los pueblos que reclaman estabilidad, bienestar y visibilidad.

En realidad, el ciudadano del mundo se ha visto envuelto en una sociedad de consumo, que ni ha reivindicado ni ha deseado y que no ha tenido mas remedio que padecer.

Para recortar distancias, creo humildemente que lo que está en tela de juicio es la deriva hacia una sociedad de consumo que se empeñó en forzar la ley de la oferta y la demanda real, en el sentido de alentar un consumo innecesario y superfluo.

Ante la ofensiva comercial impulsada por el provecho excesivo de las empresas, apoyada por un crédito bancario que por lo menos podríamos tachar de laxismo, “el ciudadano”, o “consumidor”, no tuvo mas remedio que endeudarse permitiendo al sistema seguir creciendo hasta llegar a amenazar la estabilidad mundial.

¿Por cuanto tiempo seguirán los gobiernos apoyando los productores de automóviles bajo el pretexto de mantener el empleo y con la esperanza, sea dicho de paso, de asegurarse el “voto”. Y que se deberá hacer con el sector informático, el inmobiliario y el resto de sectores que bajo el impulso de la competencia y del lucro excesivo llevaron su producción mas halla de la demanda real.

Hay que recordar que este modelo nos llevó mucho antes de la actual crisis a destruir cantidad de oficios seculares y a maltraer el medio ambiente con lo que conlleva como destrucción definitiva de unos recursos naturales limitados.

Solo una temible inconsciencia puede disimular el tremendo error en que nos enmarañamos.

Ciertamente, es hora de actuar como se está haciendo. Aunque el hecho de recapacitar a medio plazo será aún mas saludable. Habrá, que evaluar el comportamiento del sector privado en los sectores privatizados en los últimos años, habrá que redefinir la misión del sector bancario, lamentablemente mercantilista en la actualidad, reincorporándolo en su papel de depositario, como buen padre de familia, de los ahorros de los ciudadanos. Y habrá, por fin, que recuperar la función del Estado como garante de la estabilidad, no solo política sino económica y social de la comunidad.

El Estado democrático reclama que se debata, en su momento, de estas cuestiones y que se permita a los ciudadanos decidir sobre su futuro. Cualquier otra tendencia como la que “sabiamente” preconiza una gobernanza financiera mundial u otras tantas expertas fórmulas no hará mas que empeorar la dolencia y hacer mas difícil el despertar de nuestros hijos.

Quizás, en el fondo, seamos responsables de no haber advertido la deriva de la economía de mercado a una inadmisible sociedad de mercado ignorando la solidaria dimensión del ser humano.

Madrid a 14 de febrero del 2009

Abdeslam Baraka

lunes, 20 de octubre de 2008

El liderazgo de EE.UU. en tela de juicio

Elecciones americanas:
Obama o Mcain, esa no es la cuestión

Desde la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión soviética, Estados Unidos, se erigió de manera casi natural en única e ineludible referencia en política internacional.

Con el mayor potencial militar y financiero del mundo y las credenciales de libertadores frente al nazismo y vencedores del comunismo, EE.UU. se sentía con la responsabilidad histórica de ponerse al mando de la globalización para afianzar su liderazgo internacional.

Nadie sospechaba en ese momento, ni siquiera la administración americana, en qué consistía realmente dicha globalización ni cual podía ser su alcance. Cuando George Bush padre pronunciaba en 1991 su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Congreso anunciando “Un nuevo orden mundial, donde diversas naciones se unen por una causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y el gobierno de la ley”, posiblemente no pensaba mas allá de la intervención militar en la primera guerra del Golfo y de la resolución de los conflictos en base a los loables principios mencionados.

En el transcurso de los últimos quince años, hemos visto cómo se desarrollaba una cierta globalización en variedad de campos, incluso en lo delictivo, pero no pudimos conjeturar aún el anhelado “nuevo orden mundial”. Más bien asistimos al debilitamiento de la Organización de las Naciones Unidas, a una cierta crispación de las relaciones internacionales como consecuencia de un “unilateralismo” voraz y al crecimiento de la inseguridad internacional.

En todo este proceso, la imagen de EE.UU. ha sufrido un serio desgaste y al día de hoy su economía está al borde de la recesión. ¿Tendrá pues, la administración americana los medios para mantener su presencia en el mundo y resolver los conflictos en curso?¿O habremos de asistir a un nuevo aislacionismo o repliegue dictado por la escasez de recursos financieros y a la consecuente y peligrosa ausencia de liderazgo internacional?

Objetivamente, a nadie le convendría tal varapalo; máxime cuando se está muy lejos de un verdadero nuevo orden mundial capaz de aportar soluciones a los nuevos retos de la humanidad y lograr una gobernanza justa y estable de la comunidad internacional.

La paradoja está en que la elección está en manos de los propios americanos, sea cual sea el resultado de los comicios presidenciales. Se trata ante todo de fortalecer la credibilidad de una organización de Naciones Unidas renovada, sea a nivel de la resolución del veterano conflicto palestino-israelí y del resto de contenciosos pendientes o en la lucha contra el hambre y las desigualdades en el Mundo. Se trata de unir fuerzas para poner término a la sangría que supone para el tercer mundo la ola incontrolable de la emigración, y volver a tomar la relación norte-sur en el sentido del trato justo. Se trata de fomentar realmente la democracia y libertades en el mundo, respetando creencias y voluntades colectivas mas allá de los simples intereses coyunturales. Se trata, en fin, de liderar un proyecto serio a la altura de la inteligencia y de la dignidad humanas.

Comprendo que para ciertas mentes estos objetivos puedan parecer meros deseos piadosos, pero eso seria sin tomar en consideración los últimos acontecimientos y el fuerte impacto de la comunicación que les acompaña, en la opinión pública internacional.

La formidable movilización de los gobiernos para atajar la crisis financiera ha tenido al menos el mérito de demostrar que cuando algo se quiere con firmeza, se puede. Y de aquí en adelante se hará difícil para los políticos justificar su inercia frente a tantas tragedias que vive la humanidad o su complacencia ante la desmesura y la opulencia insultante de un puñado de favorecidos insolidarios.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha tenido la lucidez, en su calidad de Presidente de turno de la Unión Europea y de un país influyente en la escena internacional, de llamar a cerrar filas y a reaccionar ante lo que se avecina. Pero cuando habla de reconstruir “el capitalismo del futuro” o que el presidente George Bush insiste en preservar “los fundamentos del capitalismo democrático”, no parecen responder al verdadero reto planteado por la crisis que, sin duda, sobrepasa el enfoque técnico de la reforma del ordenamiento financiero mundial y apunta más bien hacia una cuestión de índole política que reside en la confianza. En cualquier caso, el contexto actual no soportaría nuevas dudas ni vacilaciones ante el futuro próximo.

Cuando se pretende apagar el fuego, más vale dejar que las cenizas se enfríen antes de removerlas.

Abdeslam Baraka

Rabat el 20 de Octubre de 2008