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viernes, 6 de noviembre de 2009

¿Que futuro para el Mundo Arabe?

Los países que se ha dado en llamar “el mundo árabe” han heredado de la época colonial unas estructuras administrativas que persisten a través de una metodología de trabajo que, por su resistencia intrínseca a adaptarse a la modernidad, constituyen un verdadero freno al desarrollo. 

Al margen del Foro para el futuro, organizado en Marrakech, es útil recordar los tres factores fundamentales que entorpecen un verdadero desarrollo del Mundo Árabe y que conviene tener presentes en cualquier aproximación al futuro regional. 

Del mismo modo, la impronta cultural occidental, durante los largos años de ocupación, ha engendrado una dualidad social e intelectual que mantiene una seria dicotomía entre modernistas y tradicionalistas que no ha terminado de revelar plenamente todos sus efectos. 

Y en tercer lugar, cabe señalar el paternalismo y los lazos de dependencia mantenidos por las antiguas potencias coloniales, que resultan incompatibles con la visión que queremos tener de un mundo justo para el siglo XXI y de una sociedad libre y responsable. 

Hay que reconocer que incumbe a los Estados del mundo árabe, cada uno en su ámbito nacional, resolver esta ecuación, apoyándose en el enorme potencial material y humano del que disponen. Y contando con una nueva actitud ante sus pueblos y ante la humanidad, poner en marcha la dinámica necesaria para que los Pueblos del Mediterráneo forjen una nueva relación basada en el respeto mutuo y su proyección hacia el futuro. 

Por otra parte, corresponde a los países del norte levantar la actitud de desconfianza y sospecha que mantienen hacia el Sur y acaten definitivamente el profundo apego de unos y otros a sus creencias y tradiciones. 

Es cierto que el punto de convergencia deberá situarse en los valores humanos y democráticos, universalmente reconocidos. Esa plataforma de mínimos constituye el único camino para gozar definitivamente de la previsibilidad y de la estabilidad necesarias al desarrollo. 

Sin estos principios elementales, no se puede plantear la idea del desarrollo duradero en un mundo globalizado que, hasta ahora, solo supo cambiar la crispación política e ideológica de la guerra fría por un enfrentamiento religioso y comunitario. 

Hablar de modelos de desarrollo resulta hoy en día poco creíble. Y sin duda hay que alegrarse del fin de la era de las ideologías dominantes, lo que deja suponer que el ciudadano ha dejado de ser un vasallo de un semejante “iluminado”, que le dicte y le imponga sus elucubraciones y un estilo de vida. 

Es importante que el Estado, en el Mundo Árabe, se mantenga en los limites de su concepto jurídico y que no se erija ni en competidor ni en observador. Pero el Estado no puede eximirse de lo esencial del servicio público y social, por muy liberal que sea y por muchos bienes y competencias que pudiera ceder a la iniciativa privada. Su personalidad moral no permite desvincularlo del conjunto de la población que lo conforma, por lo que la responsabilidad de los servicios concedidos o abandonados por él, deberán permanecer vinculados a su misión pública y a lo que debe ser su esencia democrática.

En el medio plazo, y sin pretender mirar en una bola de cristal, podemos constatar que en el momento en que Occidente se prepara para salir de la crisis, están dando los últimos retoques al Estado de bienestar de las próximas décadas, en el marco del G20. El “mundo árabe”, en cambio, deberá consagrar esas mismas décadas a hacer su examen de conciencia y resolver el problema de la identidad perdida que le afecta, desencadenando la evolución del propio concepto que lo sustenta, lejos de cualquier deriva étnica o racial y apostando por una formación adecuada, personalizada y generalizada de su juventud. 

No será la regla de las mayorías quien logre este objetivo, ni el dictamen emitido por las cúpulas del poder sino las reglas de la concertación y el consenso, que constituyen los únicos elementos aptos para garantizar la adhesión de todos y la continuidad y permanencia de las reformas necesarias. 

En espera de ello, el principal papel de los Estados consistirá en gestionar esta transición como buen padre de familia, con pragmatismo y mesura y facilitar el acceso al conocimiento. 

A veces me pregunto si, en verdad, nos complacemos en mantener una ceguera de la que no padecemos. 

Abdeslam Baraka 

6 de Noviembre 2009

martes, 14 de abril de 2009

El Mundo Arabe, sin rumbo

Cuando algo cambia a nuestro alrededor lo primero que procuramos es anticipar los acontecimientos, tratando de tomar nuevas posiciones para evitar el desfase. Cuando algo cambia a nuestro alrededor hay que prepararse a lidiar con lo que se aproxima, mediante el fortalecimiento del cuerpo y el saneamiento del espíritu. Y en estos tiempos de crisis, algo está cambiando a nuestro alrededor.

Sin embargo, el mundo árabe no parece reaccionar con esos reflejos naturales y da la impresión de que opta por dejar pasar la racha, en lugar de alzar la cabeza en busca de su posición perdida. El riesgo es terminar conformándose con cualquier hueco que quede libre. Herido por décadas del colonialismo efectivo y sangrado aún por el dominio económico y cultural, el mundo árabe no acaba de resolver sus propias contradicciones y da la impresión de navegar sin rumbo a merced de la fuerza del viento.

Su nacimiento data de la época de la confrontación entre Occidente y el Imperio otomano musulmán. Desde entonces, el conjunto de entidades nacionales que acordaron, una tras otra, formar la Liga Arabe, en busca de apoyo en sus luchas de liberación, sigue empeñado en mantener una identidad que sirvió en su momento para deshacerse de la dominación turca pero que no concuerda ni con la historia ni con los sentimientos actuales de los ciudadanos.

La confusión entre la propagación del idioma árabe y la pretendida “arabización” de comunidades a nivel étnico o racial, constituye, en mi opinión, el nudo gordiano que dificulta la asunción por cada pueblo de su propia personalidad histórica y enturbia la visibilidad de las vías que faciliten su auténtica realización.

La lengua árabe, por ser la lengua del Corán, goza de una cierta sacralidad en el conjunto del mundo musulmán y por medio de ella se practica el Islam. Pero no por utilizar el idioma se asume una determinada raíz étnica o racial como no todo lo francófono es francés ni todo lo que es hispánico es español. En cambio, Occidente se reclama de su referencia religiosa judeo-cristiana y de la civilización greco-romana y en consecuencia, incrementa el legado recibido, aunque el idioma no esté por medio.

La Liga Arabe ya no es coherente con los principios que dieron lugar a su nacimiento. No es lo que fue en sus orígenes, ni se la escucha ni se la ve. Los tiempos de las viejas motivaciones han concluido y sólo quedan las contradicciones y diatribas calumniosas, estériles o anticuadas. Ni la legítima pero tristemente celebre cuestión de Palestina parece ser capaz de revitalizarla. ¿Habrá llegado el momento de reconocerla como entidad exclusivamente lingüística y cultural?

Los países del sur del Mediterráneo y de Oriente próximo, se enfrentan a nuevos desafíos de desarrollo que preserven sus recursos humanos y naturales. Por otra parte, están llamados a contribuir, juntos, a la edificación de un mundo solidario y de paz donde el único idioma deberá ser el de la democracia y el del respeto de la voluntad de los pueblos. No por ello deberán alejarse de su referente religioso islámico ni de su patrimonio cultural árabo-musulmán; antes al contrario, su contribución a la nueva era se encuentra justamente en ese legado, en sus enseñanzas, su grandeza y sabiduría.

Otras estructuras son posibles contando, porqué no, con la propia Turquía que pena por acceder a la condición plena de miembro de la Unión Europea y cuya inclusión en una eventual nueva organización desplazaría de manera significativa el actual punto de gravedad geo-estratégico del mediterráneo. Tal reposicionamiento, allanaría el camino hacia una relación Norte-Sur más equilibrada y permitiría recobrar el Mediterráneo como un verdadero espacio de encuentro.

Crisis mundial mediante, estamos hoy en un cruce de caminos. Pertenece a los pueblos del sur del Mediterráneo escoger el suyo sin esperar más vientos favorables que los de su determinación, de su entusiasmo y constancia.

"Dios no cambia la condición de la gente mientras estos no se cambien a sí mismos" Qur’an XIII 11.

Abdeslam Baraka

Rabat 14 de Abril 2009