sábado, 14 de febrero de 2009

La sociedad de consumo no es una fatalidad

La crisis que vivimos, empezó por ser una crisis financiera para transformarse en crisis económica con la consecuencia social que cada uno de nosotros siente al menos en su entorno.

La apatía de principio no tardó en transformarse en alarma antes de engendrar una verdadera confusión. Después de dudar, de vacilar y de recapacitar, los gobiernos convencidos del liberalismo y de la perspicacia de la ley del mercado, terminaron por optar por lo inconcebible a su juicio, o sea intervenir en el propio mercado con medidas gubernamentales y medios públicos, al haber comprobado que las inyecciones de liquidez y las medidas extremas de los bancos centrales no daban abasto al pánico que se instalaba.

Sea a través de alentar el consumo, reduciendo los impuestos y otras cargas o a través del incremento de la inversión pública cuyo ejemplo mas ilustrativo es el “Recovery and Reinvestment Act” adoptado recientemente por el congreso de EE.UU. bajo el impulso del flamante Presidente Barack Obama, las medidas adoptadas abonan en el sentido de sostener el propio sistema, notoriamente culpable de la temible deriva.

¿Será suficiente la inyección de 787.000 millones de dólares para reactivar el mercado americano e insuflar la confianza en la economía mundial? Ciertamente no. Otras medidas de gobernanza, principalmente de orden político y legislativo deberán intervenir para recobrar la confianza del ciudadano que en fin de cuentas aparece como el verdadero inversor por medio de sus ahorros logrados al sudor de su trabajo y del riesgo consentido en sus iniciativas.

Lo único cierto, es que la crisis permitió a los políticos recobrar protagonismo, eso sí, a través de los recursos de los contribuyentes y no siempre con acierto.

Algunos preconizaron, la refundación del capitalismo; otros tuvieron la tentación de recurrir al proteccionismo y negar las ventajas cuan elogiadas de la globalización. Ni los unos ni los otros responden realmente a la preocupaciones de los pueblos que reclaman estabilidad, bienestar y visibilidad.

En realidad, el ciudadano del mundo se ha visto envuelto en una sociedad de consumo, que ni ha reivindicado ni ha deseado y que no ha tenido mas remedio que padecer.

Para recortar distancias, creo humildemente que lo que está en tela de juicio es la deriva hacia una sociedad de consumo que se empeñó en forzar la ley de la oferta y la demanda real, en el sentido de alentar un consumo innecesario y superfluo.

Ante la ofensiva comercial impulsada por el provecho excesivo de las empresas, apoyada por un crédito bancario que por lo menos podríamos tachar de laxismo, “el ciudadano”, o “consumidor”, no tuvo mas remedio que endeudarse permitiendo al sistema seguir creciendo hasta llegar a amenazar la estabilidad mundial.

¿Por cuanto tiempo seguirán los gobiernos apoyando los productores de automóviles bajo el pretexto de mantener el empleo y con la esperanza, sea dicho de paso, de asegurarse el “voto”. Y que se deberá hacer con el sector informático, el inmobiliario y el resto de sectores que bajo el impulso de la competencia y del lucro excesivo llevaron su producción mas halla de la demanda real.

Hay que recordar que este modelo nos llevó mucho antes de la actual crisis a destruir cantidad de oficios seculares y a maltraer el medio ambiente con lo que conlleva como destrucción definitiva de unos recursos naturales limitados.

Solo una temible inconsciencia puede disimular el tremendo error en que nos enmarañamos.

Ciertamente, es hora de actuar como se está haciendo. Aunque el hecho de recapacitar a medio plazo será aún mas saludable. Habrá, que evaluar el comportamiento del sector privado en los sectores privatizados en los últimos años, habrá que redefinir la misión del sector bancario, lamentablemente mercantilista en la actualidad, reincorporándolo en su papel de depositario, como buen padre de familia, de los ahorros de los ciudadanos. Y habrá, por fin, que recuperar la función del Estado como garante de la estabilidad, no solo política sino económica y social de la comunidad.

El Estado democrático reclama que se debata, en su momento, de estas cuestiones y que se permita a los ciudadanos decidir sobre su futuro. Cualquier otra tendencia como la que “sabiamente” preconiza una gobernanza financiera mundial u otras tantas expertas fórmulas no hará mas que empeorar la dolencia y hacer mas difícil el despertar de nuestros hijos.

Quizás, en el fondo, seamos responsables de no haber advertido la deriva de la economía de mercado a una inadmisible sociedad de mercado ignorando la solidaria dimensión del ser humano.

Madrid a 14 de febrero del 2009

Abdeslam Baraka