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lunes, 7 de marzo de 2011

Mis notas en pro de una democracia útil (3)


Mis notas en pro de una democracia útil (3)

Los países del sur del Mediterráneo y de Oriente próximo, se enfrentan a nuevos desafíos de desarrollo que preserven sus recursos humanos y naturales. Están llamados a contribuir, juntos, a la edificación de un mundo solidario y de paz donde el único denominador común deberá ser el de la democracia y el del respeto de la voluntad de los pueblos.

La cultura de la autoridad debe ceder el paso, en democracia, a la cultura de la autoridad de la Ley. Esta última, solo se impone con la voluntad colectiva de someterse al arbitraje de la disposiciones legales y a la decisión judicial.
El objetivo de la democracia, no es el de desembocar en un modelo único de sociedad sino de permitir la coexistencia de antagonismos y rivalidades, en un marco pacífico de diálogo y de entendimiento.
La democracia no necesita de fórmulas abstractas para conseguir la buena gobernabilidad. El sentido común, la libertad de voto y el consenso en los temas fundamentales constituyen su principal hoja de ruta.
En un Estado de derecho, la democracia no es monopolio de nadie, mas bien constituye el único medio para el ciudadano de poder cambiar el curso de los acontecimientos con los instrumentos reconocidos de las libertades públicas.
El discurso político, si todavía existe, ha perdido su capacidad de movilización y de persuasión. Se hace cada vez más aritmético, más contable y se confunde en cifras y porcentajes que ahogan en tecnicismos cualquier aspiración y voluntad de mejorar la condición de los ciudadanos.
Es importante que el Estado, se mantenga en los limites de su concepto jurídico y que no se erija ni en competidor ni en mero observador. Pero el Estado no puede eximirse de lo esencial del servicio público y social, por muy liberal que sea y por muchos bienes y competencias que pudiera ceder a la iniciativa privada. Su personalidad moral no permite desvincularlo del conjunto de la población que lo conforma, por lo que la responsabilidad de los servicios concedidos o abandonados por los poderes públicos, deberá permanecer vinculada a su misión pública y a lo que debe ser su esencia democrática.
Los países del sur del Mediterráneo y de Oriente próximo, se enfrentan a nuevos desafíos de desarrollo que preserven sus recursos humanos y naturales. Están llamados a contribuir, juntos, a la edificación de un mundo solidario y de paz donde el único denominador común deberá ser el de la democracia y el del respeto de la voluntad de los pueblos. No por ello deberán alejarse de su referente religioso ni de su patrimonio cultural histórico; antes al contrario, su contribución a la nueva era se encuentra justamente en ese legado, en sus enseñanzas, su grandeza y su sabiduría.

Abdeslam Baraka
Rabat 7 de marzo 2011

martes, 10 de marzo de 2009

Las nuevas obligaciones del Estado democrático liberal


Cuando los padres y los propulsores del Estado democrático liberal desarrollaban sus tratados y campañas, no se imaginaban que el sistema de gobierno que contribuían a poner en marcha podía servir de cuna a escándalos financieros y estafas de dimensiones internacionales.

La retirada del Estado de ciertos sectores públicos en favor de la libre empresa, nunca ha significado ausentar el control y la regulación institucional. No obstante, asistimos a una cabalgata de los bancos y del sector financiero en general, sin brida ni jinete, que culminó con la crisis de los créditos subprime y el consecuente descalabro económico y social que conocemos a nivel planetario.

Tampoco nos parecía descabellada la voluntad de dejar que el mercado fijase los precios de bienes y mercancías, en una sociedad que compensa el esfuerzo y la creatividad y que confía en el juicio del individuo y de las colectividades. Pero no encontramos racionalidad alguna a la vertiginosa subida de los precios del petróleo y de productos agrícolas (trigo, maíz, arroz, soja... etc.), en el curso del último año. Allí siguen los pretendidos alicientes de tal encarecimiento (crecimiento de India y China, consumo energético americano, el desarrollo del biocombustible, los riesgos de conflictos armados, la proliferación nuclear...), sin embargo los precios han vuelto a bajar substancialmente.

Algunos dirán que la teoría de los ciclos económicos recobra vigencia o que es propio de la dialéctica económica, lo que valdría decir que la crisis estaba “escrita”. Personalmente prefiero sumarme a los que creen que los únicos ciclos son los de nuestros errores, nuestra vanidad y soberbia.

Es obvio que la crisis terminará por amainar a golpe de administrar remedios de caballo al sector financiero. Aunque no es menos cierto que todo el apoyo publico aportado a los bancos vendrá a engrosar una deuda, que nos puede parecer hoy en día virtual pero, que en su momento habrá que pagar en efectivo.

Desde ya, Bernanke y Trichet vaticinan el fin de la recesión para los próximos meses. Es decir, la vuelta a los negocios, aunque no se perciben todavía las nuevas reglas de juego prometidas.

Dichosos pues, los millones de parados o ahorristas del mundo que quieren creer en la buena noticia y que la anhelan desde meses. Ellos, esperan una recuperación sana, que llegue sin que sea acompañada por semejantes de Madoff, Stanford o el trader de “La Société Générale”, entre otros.

Ellos reclaman que el Estado democrático y liberal ejerza sus competencias en pro de un mercado sano que no deje de lado a los más débiles. Ellos no quieren ser simples consumidores sino que pretenden ser considerados como ciudadanos contribuyentes, merecedores de su derecho a saber, exigir y ser protegidos.

El liberalismo, no puede eximir a los gobiernos y legisladores del deber de dictar las reglas, que permitan equilibrar la relación entre el banco y el cliente, entre la aseguradora y el asegurado y que hagan que desaparezca la letra pequeña de los contratos leoninos, que se distribuyen en masa a los usuarios de empresas concesionarias de servicio público.

El liberalismo, no justifica la publicidad falaz ni la comercialización de productos peligrosos, sean financieros o alimentarios.

El liberalismo no debe asumir que desaparezca la ética de los medios de comunicación audiovisuales, hasta el punto de verlos transformados en casino global, a fuerza de SMS.

El liberalismo, que se concibió, en parte, como defensa contra el despotismo político de Estado, no puede, en el apogeo de su desarrollo, ser sinónimo de anarquía o de impunidad, aún menos de una trágica desregulación de la relación humana.

¿ Estaríamos pues, ante nuevas obligaciones que el Estado democrático y liberal deberá asumir para evitar la confirmación del fracaso?

¿No decía Maquiavelo que “El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”?

Abdeslam Baraka

10 de Marzo de 2009