ROUNDTABLE THE POLITICAL DIMENSIONS OF THE WORLD ECONOMIC CRISIS: A PERSPECTIVE FROM THE ARAB WORLD 28th of October 2009, Casa Árabe, Madrid
Mesa redonda “Las dimensiones políticas de la crisis económica mundial: una perspectiva desde el Mundo Árabe”
Ponencia de Abdeslam Baraka (Block 2: Revising the role of the State in development models)
Buenos días,
Permítanme en primer lugar, agradecer la amable invitación de la casa árabe y del club de Madrid, que naturalmente acepté encantando. Aunque debo confesar que al tratarse de una perspectiva desde el mundo árabe, me encontré con la misma dificultad de aquel ponente español, alemán, francés o italiano que hubiese tenido que abordar el mismo tema en relación con Europa, en el periodo anterior al proceso de integración europea; o sea, empeñarse en hacer confluir diversos sistemas políticos, tan dispares, hacia una misma percepción de los acontecimientos. A esta dificultad objetiva hay que añadir la imposibilidad de analizar con la misma lupa economías cuyas renta per cápita se extienden desde los 800 hasta los 60.000 US$.
Tratándose de los últimos acontecimientos en el mundo económico y empresarial, tenemos que reconocer que aunque la historia nos aporta sus nítidas enseñanzas, nuestra vanidad y los tiempos de abundancia se encargan, generalmente con éxito, de enturbiarnos la buena visión.
Las sucesivas crisis que han sacudido el curso de las finanzas mundiales contemporáneas, desde 1929 hasta el 2008, no hacen mas que demostrar la imperativa conveniencia de recuperar la responsabilidad institucional en la regulación de la actividad económica y financiera y la urgente necesidad de reformar el sistema no sólo a nivel de ajustes técnicos sino también a nivel de principios éticos y valores.
Si el economista y filósofo italiano, Vilfredo Pareto, pensaba que una política dada era deseable si permitía mejorar la situación de un individuo sin afectar el bienestar del otro, es obvio que en la actualidad, estamos en las antípodas de este sabio pensamiento. Las políticas practicadas o permitidas por algunos gobiernos, en el sector financiero no sólo han afectado el bienestar de la gente sino que han provocado verdaderas tragedias humanas, en masa. Diciendo esto, no pienso en los que han desperdiciado fortunas en bolsa sino en los que han perdido sus ahorros o su trabajo.
Es cierto que la reacción del Estado en el mundo occidental, con vistas a atajar la crisis, fue fulminante hasta el punto de que la propia patria del "thatcherismo" nos trazase de nuevo el camino de las nacionalizaciones. En cambio, la política de espera que se observó en el mundo árabe, producía una cierta perplejidad, máxime cuando en esta parte del mundo, en casos de crisis se carece, en general, del colchón de estructuras y ayudas sociales capaces de aliviar las dificultades de las poblaciones.
Pero si el actual protagonismo del poder político en occidente no lo exime de la responsabilidad de haber presenciado, de manera escandalosamente pasiva, la instalación y el desarrollo del casino financiero mundial, sin intervenir en el momento adecuado; del mismo modo, hay que reconocer que el exceso de intervencionismo económico del Estado, o más bien de la elite estatal, en el mundo árabe, en décadas de ejercicio, no permite conjeturar ninguna emancipación económica verdadera.
Es la cuestión del rol del Estado en el desarrollo que trataré de exponer desde la realidad que me es más cercana, sin dejar de explorar, en una primera parte, el contexto internacional.
I- El mundo árabe frente a la crisis económica mundial
No creo sorprender a nadie si comienzo mi intervención, con la afirmación de que el mundo árabe ya estaba "en crisis antes de la Crisis": Entre la dependencia casi exclusiva de los hidrocarburos para unos, el peso de la deuda pública para otros, la ayuda extranjera para los más pobres y la dependencia común de la tecnología occidental, la perspectiva no era nada halagüeña.
No hace falta recordar las convulsiones que padece este importante espacio regional: desde los famosos programas de ajustes estructurales, las sucesivas guerras del golfo, la tragedia del 11S o más recientemente, desde el 15 de septiembre del 2008, en cuanto se desató el pánico en el mundo financiero internacional con la declaración de quiebra de Lehman Brothers.
En ese momento, en el mundo árabe eran numerosos los expertos que pretendían que la crisis financiera no tendría gran repercusión sobre sus economías por el hecho de que su sistema financiero estaba bajo control y de no presentaba suficiente vinculación con el circuito bancario transfronterizo. Fue entonces cuando modestamente, publiqué en la tribuna del diario El País un artículo titulado "La crisis financiera vista desde Rabat", refutando dichos alegatos y vaticinando que los efectos de la crisis serían peores en los países pobres que en los países ricos. Verdad de Lapalisse (o de Perogrullo), sin duda, pero que cabía resaltar porque que se revela en la carne viva de la gente y no sólo en informes de expertos eminentes.
Lo que preocupaba era la falta de reacción política de los países del Sur, salvo Brasil y alguna que otra reacción puntual.
No se trataba de reclamar a esos países, incluyendo el Mundo árabe, que se involucraran en salvar las economías de los países industrializados, sino en llevar a cabo un esfuerzo de anticipación y el compromiso de aliviar los efectos del repliegue occidental y de las desinversiónes que se avecinaban. Todavía más, es posible que se haya perdido la oportunidad de una cierta emancipación económica, practicando políticas agresivas de captación de inversiones y de transferencia de tecnología en el ámbito empresarial.
Es peculiar el caso de los países productores de petróleo. Se habían beneficiado de un largo periodo de bonanza en el que el precio del barril pasó de 20 dólares en 2002 a 147 dólares en 2008. Esta situación les permitía percibir la crisis que se anunciaba con una cierta confianza y hasta como una oportunidad, si no fuese por la actitud de occidente frente a los fondos soberanos árabes como consecuencia de los atentados del 11S. Aunque sus depósitos e inversiones en occidente no pudieron eludir la depreciación que azotó, en general, al mundo bursátil. A estos avatares hay que añadir, en el caso de los países del Golfo, el importante gasto de financiación de la guerra, que consiguió el impensable resultado de endeudarlos.
Al resto de los países árabes, la crisis los cogió debilitados, fundamental y paradójicamente, por causa de los esfuerzos que debían asumir para evitar el aumento del precio del carburante para el consumo y las consiguientes protestas sociales que suelen acompañarles. Hasta cuando quisieron recurrir a los organismos financieros internacionales, vieron cómo estos últimos habían, a su vez, consumido sus recursos volando apresuradamente al rescate de algunas economías europeas a la deriva, incluso Sudáfrica.
En la actualidad, la crisis financiera iniciada por el comportamiento irresponsable del sistema bancario y bursátil occidentales, ha dejado paso a las dificultades políticas de los gobiernos, que luchan por cerrar unos presupuestos, que carecen de recursos suficientes y que pretenden contener un malestar social latente.
En otras palabras, nos encontramos ante la inhabitual situación en que el Estado, o el poder político se ve debilitado; por haber reaccionado e intervenido en un sector de la economía, dejado durante mucho tiempo a sus anchas y que amenazaba con quebrar el sistema. Ese mismo sector, hoy convaleciente pero suficientemente recuperado como para devolver "la cortesía", no parece conmoverse por el embarazo (dificultades) de su salvador.
Es justamente lo que nos interpela y que nos invita a debatir de nuevo sobre el papel del Estado en el desarrollo económico, sin caer en el viejo y estéril debate de "más Estado o menos Estado".
Pero si esta cuestión puede parecer de carácter universal, hay que reconocer que en el caso del mundo árabe, quedará pendiente una condición previa, que reside en la reestructuración de los instrumentos de gobierno con el fin de llevar a buen puerto las reformas necesarias para la buena gobernanza. Es lo que trataré de resumir en este último capítulo.
II- La necesaria reestructuración del Estado en el Mundo árabe.
Hay tres factores fundamentales que entorpecen un verdadero desarrollo de los países del sur del Mediterráneo y medio-oriente y que conviene tener presentes en cualquier aproximación al futuro regional. Sin olvidarnos de que se trata de una región considerada, históricamente, como parte del corazón del mundo y que fue la cuna del nacimiento de las tres religiones monoteístas. Es justamente en esta región donde la nueva relación Norte- Sur debe materializarse para garantizar la paz y dejar fluir una perspectiva de desarrollo armonioso y duradero en el resto del planeta.
En general, los países que se ha dado en llamar, "el mundo árabe" y que se extiende sobre dos continentes, han heredado de la época colonial unas estructuras administrativas que persisten a través de una metodología de trabajo, que, por su resistencia intrínseca a adaptarse a la modernidad, constituyen, en muchos casos, un verdadero freno al desarrollo.
Del mismo modo, la impronta cultural occidental, durante largos años de ocupación, ha engendrado una dualidad social e intelectual que mantiene una seria dicotomía entre modernistas y tradicionalistas, que no ha terminado de revelar plenamente todos sus efectos.
Y en tercer lugar, cabe señalar el paternalismo y los lazos de dependencia mantenidos, en muchos casos, por las antiguas potencias coloniales, que resultan incompatibles con la visión que queremos tener de un mundo justo para el siglo XXI y de una sociedad libre y responsable.
Personalmente, pienso que pertenece a los Estados del mundo árabe, cada uno en su ámbito nacional, resolver esta ecuación, apoyándose en el enorme potencial material y humano del que disponen. Y contando con una nueva actitud ante sus pueblos y ante le humanidad, poner en marcha la dinámica necesaria para que los Pueblos del Mediterráneo forjen una nueva relación basada en el respeto mutuo y la proyección hacia el futuro.
Por otra parte, corresponde a los países del norte, levantar la actitud de desconfianza y sospecha que mantienen hacia el sur y acaten definitivamente el profundo apego de unos y otros a sus creencias y tradiciones.
Es cierto que el punto de convergencia deberá situarse en los valores humanos y democráticos, universalmente reconocidos. Esa plataforma de mínimos, que no es propiedad de ningún pueblo ni de ninguna civilización, constituye el único camino para gozar definitivamente de una estabilidad y de un bienestar que, sin lugar a duda, están a nuestro alcance.
Sin estos principios elementales, no se puede plantear la idea del desarrollo duradero, en un mundo globalizado que hasta ahora, solo supo cambiar la crispación política e ideológica de la guerra fría por un enfrentamiento religioso y comunitario, que resultará difícil apaciguar, sin contar con la expresión libre y responsable de una clase política seria y de los intelectuales comprometidos en el mundo.
Por ello mismo, hablar de modelos de desarrollo, resulta hoy en día poco creíble. Y sin duda hay que alegrarse del fin de la era de las ideologías dominantes, lo que deja suponer que el ciudadano ha dejado de ser un vasallo de un semejante "iluminado", que le dicte y le imponga sus elucubraciones y un estilo de vida.
Finalmente el eje de cualquier modelo de desarrollo debe ser el ciudadano emprendedor y trabajador. Es quien genera la riqueza, quien dispone del conocimiento y de la creatividad necesaria a cualquier avance económico, social o cultural.
En cuanto al Estado, es importante que se mantenga en los limites de su concepto jurídico y que no se erija ni en competidor ni en observador.
Pero el Estado no puede eximirse de lo esencial del servicio público y social, por muy liberal que sea y por muchos bienes y competencias que pudiera ceder a la iniciativa privada. Su personalidad moral no permite desvincularlo del conjunto de la población que lo conforma, por lo que la responsabilidad de los servicios concedidos o abandonados por el, deberán permanecer vinculados a su misión pública y a lo que debe ser su esencia democrática.
En el medio plazo y sin pretender mirar en una bola de cristal, podemos constatar que en el momento en que Occidente, después de haber condonado deudas millonarias y nacionalizado entidades bancarias y financieras, se prepara a salir de la crisis regulando parámetros y dando los últimos retoques al Estado de bienestar de las próximas décadas en un marco de concertación colectiva. El "mundo árabe" en cambio deberá consagrar esas mismas décadas, a hacer su examen de consciencia y resolver el problema de la identidad perdida que le afecta, desencadenando la evolución del propio concepto que lo sustenta, lejos de cualquier deriva étnica o racial y apostando por una formación adecuada, personalizada y generalizada de su juventud.
No será la regla de las mayorías quien logre este objetivo, ni el dictamen emitido por las cúpulas del poder sino las reglas de la concertación y el consenso, que constituyen los únicos elementos aptos para garantizar la adhesión de todos y la continuidad y permanencia de las reformas necesarias. Un pensador decía que el progreso no es más que la tradición en marcha.
Nos falta mucho por resolver, aunque "sí, podemos" lograr el objetivo de desarrollo que otros, antes de nosotros, lograron. Así se puede favorecer la emergencia de una vida política democrática, activa y plural, que paulatinamente permita sustituir la cultura de la autoridad prevaleciente por la cultura de la Ley .
Necesitamos desarrollar una verdadera política de vecindad sea entre los propios Estados Árabes o entre estos últimos y su entorno geográfico natural, que se apoye en una voluntad sincera de diálogo y de cooperación y en resolver los conflictos fronterizos anacrónicos heredados de la época colonial.
No creo en la posibilidad de transponer modelos de integración y desarrollo como el europeo al área que nos ocupa. Pero si pienso en la capacidad de complementariedad y solidaridad con fines de desarrollo común y de alcanzar la realización de objetivos concretos y prioritarios como la erradicación del analfabetismo y la pobreza y la preservación del medio ambiente.
Es todavía posible integrar una nueva dimensión de tiempo a largo plazo y aspirar a un desarrollo verde que preserve nuestros recursos y ofrezca una alternativa viable a nuestras futuras generaciones.
Es igualmente posible apoyarnos en nuestro gran mercado interior y a merced de inversiones públicas solidarias, crear riqueza y puestos de trabajo, priorizando la empresa nacional cuando la capacidad técnica lo permita, sin despreciar las inversiones extranjeras generadoras de actividades conexas permanentes.
En espera de todo ello, el principal papel de los Estados consistirá en gestionar esta transición como buen padre de familia, con pragmatismo y mesura y facilitar el acceso al conocimiento.
Solemos olvidar, en el mundo árabo-musulman, que la primera revelación divina al profeta Mohamed, fue la Sourat: "Al Aalaq", que dice:
"Lee en el nombre de Dios, que ha creado ... Lee, en el nombre de Dios, el mas generoso; que enseñó por medio de la pluma, enseñó al ser humano lo que no sabía..."
Recobremos pues, al menos, esta clara invitación a situar el conocimiento, por encima de cualquier interpretación errónea y retrógrada, en la línea de salida de cualquier desarrollo humano. Recobremos este claro alegato que nos recuerda que el conocimiento y la investigación no tienen límites ni tabúes.
A veces me pregunto si, en verdad, nos complacemos en mantener una ceguera de la que no padecemos.
Gracias por su atención.
Abdeslam Baraka
Madrid a 28 de octubre 2009
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