Los movimientos del sur del Mediterráneo se caracterizan por la reivindicación de cambio, de ansias de libertad y de democracia y, al mismo tiempo, coinciden en la ausencia de programas alternativos.
Con excepción del rechazo legítimo a las dictaduras y al sistema instaurado por repúblicas totalitarias y paradójicamente hereditarias, las aspiraciones al cambio no parecen desembocar en movimientos organizados capaces de definirse ideológicamente y de presentar alternativas de gobierno. Alternativas que deberían realizar el cambio sin provocar la pérdida de confianza por parte de inversores nacionales y extranjeros, y dar respuesta a las reivindicaciones de empleo, de bienestar y de crecimiento.
Sea en Túnez o en Egipto, las organizaciones partidistas, los grupos de Facebook y hasta el discurso político en general no parecen ofrecer programas y propuestas de desarrollo.
A pesar de la importancia fundamental que reviste un marco constitucional renovado y progresista, este último no deja de ser un instrumento puesto en manos de actores políticos que, tarde o temprano, terminarán asumiendo la gestión de gobierno. En contextos históricos de esta naturaleza, no se concibe que la elección del ciudadano se dirija hacia la personalidad de los candidatos, sino más bien hacia programas serios y transparentes que les inspiren confianza y que les reconforten en sus sacrificios.
Cierto que nadie puede discutir el impulso democrático que se ha revelado en el sur del Mediterráneo, de la misma manera que no se puedan negar las serias dudas de las opiniones públicas occidentales, en relación con un modelo económico que las ha llevado a la actual crisis y en ciertos casos a la quiebra de Estados.
De allí la urgente necesidad de una hoja de ruta clara y estructurada que permita a los ciudadanos entrever su presente y su futuro con confianza y determinación. Es decir, lo propio de los partidos políticos en cualquier democracia que se respeta.
La actual crisis que atraviesa la democracia representativa occidental nos invita a dudar de la capacidad de los partidos a asumir sus mandatos en armonía con las bases que las han votado. El ejemplo de la elección de David Cameron y las inmediatas medidas impopulares tomadas por su gobierno, en desfase con el programa electoral, no hace más que resaltar la carestía y dificultad del estado democrático. De igual modo el actual conflicto libio, viene a confirmar el fenómeno, poniendo de relieve el antagonismo entre los apoyos parlamentarios a la intervención militar y el rechazo de la opinión pública, reflejada en los sondeos.
Tratando de guardar un cierto optimismo, se puede pensar que las convulsiones sociales y reformas constitucionales que se vislumbran en estos países, sabrán evitar estas imperfecciones democráticas que se han dado en el norte del Mediterráneo.
Es posible que la vía ideal para realizar este ajuste democrático pase por recurrir a más democracia directa a través de de consultas nacionales y locales en temas que interesen a los ciudadanos o que hipotequen su futuro. Otro conducto sería el de reforzar el acceso a las mociones de censura para mantener el dinamismo del proceso democrático. Y por último, quedaría la opción de constitucionalizar principios y acuerdos fundamentales que obliguen a todo equipo de gobierno, cualquiera que sea su inspiración ideológica.
Se trata, a fin de cuentas, de ofrecer al ciudadano la posibilidad de fijar sus necesidades y de ordenar sus prioridades en función de las posibilidades del Estado, antes de recurrir a las formulas de las instancias financieras internacionales que han lucido por sus fracasos.
Los gritos de cambio que se elevan en el mundo, coinciden en culpar a un sistema político y financiero que se ha ido instalando paulatina y perniciosamente desde una mundialización salvaje y desordenada, que sólo beneficia a especuladores y a mercaderes sin escrúpulos. La crisis financiera que se inició en 2008 es prueba suficiente de que los Estados son rehenes de intereses financieros, que terminan por hacer asumir al contribuyente sus déficits, pérdidas de sus especulaciones y sus errores de gestión.
Es hora de que cada cual vuelva a asumir sus funciones naturales, en primer lugar los Estados, protegiendo a los ciudadanos de las derivas del sistema, en espera de los antídotos y del reajuste de un modelo de sociedad que no termina de consolidarse.
Abdeslam Baraka
Rabat 7 de abril 2011
Centro de colaboraciones solidarias
Muy interesante su reflexión. Estoy de acuerdo con usted de que las movilizaciones que han surgido estos últimos meses en el mundo árabe se han caracterizado principalmente al rechazo que generaban las dictaduras y en el hartazgo de una generación, mayoritariamente joven. Sin embargo, como usted indica no se vislumbra un programa definido de alternativa, pero yo me pregunto que ¿cómo se pretende que estos movimientos dispongan ya de un programa de gobierno definidido, articulado y alternativo...si hasta hace unos meses estaba prohibida cualquier manifestación, reunión o expresión contraria al orden establecido? No se puede pretender que una sociedad que ha estado más de 30 años bajo el yugo de una dictadura feroz (aunque a ojos Occidentales era una psuedoDemocracia avanzada como en el caso de Túnez o una república amiga como la de Egipto) pueda tener consciencia social y política tan arraigada ocmo la que existe en Europra.
ResponderEliminarYo creo que el primer paso ya se ha dado, que es el derrocamiento de la cabeza visible de esos regímenes despóticos. Ahora queda la ardua tarea de articular un programa común de mínimos para que todos los actores de la sociedad civil se puedan sentir identificados y reescribir una nueva constitución que refleje claramente las reglas del juego.
Yo creo en la juventud árabe y si nos dejan expresarnos libremente, tenemos mucho futuro por delante. El sur del mediterráneo siempre se ha caracterizado por ser un actor de vital importancia en las relaciones del mundo, hoy en pleno siglo XXI no será para menos.
Saludos Sr. Baraka!
Las llamadas de atención de la juventud en general son siempre saludables. Merecen y deben ser escuchadas. Lo importante es convencer y lograr una masiva adhesión a un proyecto de futuro que está llamado a ser profundo, prometedor y duradero. Salvo que la actual globalización obliga a tener consciencia de que el cambio deberá ser global en vistas de reformar un sistema mundial que amenaza con frustrar cualquier aspiración que altere sus intereses. Esta esperanza nacida en la rivera sur del Mediterráneo, merece ser compartida por toda la juventud del mundo.
ResponderEliminarAgradeciendo el comentario de El 3azzi, le saludo cordialmente