viernes, 26 de febrero de 2010

El hervidero europeo

La moneda única, la relación transatlántica y la inmigración amenazan el proyecto de integración europea, como consecuencia de las nuevas realidades. ¿Habrá dudas sobre su futuro?

Desde la introducción del Euro, en 2002, es la primera vez que la moneda única se desenvuelve en un contexto de crisis económica y financiera. En 2008, ante las primeras sacudidas, el Euro aparecía como el protector de las economías europeas frente a las réplicas de la crisis financiera. En la actualidad, es obvio que se transforma en un serio freno para los países en riesgo, impidiendo la práctica de devaluaciones competitivas, capaces de fomentar el crecimiento a través de la exportación y captación de inversiones y de facilitar la lucha contra el desempleo.

Hay que recordar que en el momento de su introducción física, el Euro ha contribuido al aumento de los precios y mermado el poder adquisitivo de los ciudadanos. Pero sus defensores, lejos de imaginar circunstancias similares a las que se viven hoy en día, se complacían en su afán de competir con el dólar y de tratar de hacer del recién nacido la moneda de referencia en las transacciones internacionales, incluyendo el comercio del petróleo. 

La idea no era descabellada pero se quedaba a medio camino precediendo una unión política que, en el Viejo continente, no dejaba de ser una quimera, a pesar del tratado de mínimos de Lisboa.

¿Dónde quedan los famosos criterios de Maastricht que condicionan la adhesión a la moneda única en términos de estabilidad de precios, finanzas públicas y tasa de cambio?

Lejos del primer tema, leemos en diferentes medios de comunicación que en previsión de la conferencia de Nueva York, en mayo próximo, sobre la revisión del tratado de no proliferación nuclear, que el Primer ministro Belga, Yves Leterme, hace público en un comunicado, la evaluación de una iniciativa conjunta entre varios países europeos (Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Noruega), con vistas a eliminar el arsenal nuclear en Europa. No se está lejos de replantearse el papel de la OTAN, heredado desde la guerra fría, o reconsiderar la tradicional relación transatlántica.

Lo que sorprende, en primer lugar, es que esta iniciativa no cuente con la adhesión de Israel, como gesto de buena voluntad ante las pretensiones de Irán y las perspectivas de paz en Medio Oriente. Y en segundo lugar, cabe cuestionarse sobre la voluntad del Reino Unido y de Francia ante la variante de prescindir de la clásica política de disuasión frente a Rusia. En todo caso, la iniciativa belga tiende a comprometer seriamente la tradicional influencia de Estados Unidos en Europa.

A estos elementos hay que añadir nuevos indicadores como la reciente caída del Gobierno holandés a causa de diferencias irreconciliables sobre la prolongación de la misión militar de Holanda en Afganistán, o el malestar francés por la intervención humanitaria de Estados Unidos en Haití.

Todo este vaivén aparece como un replanteamiento de la relación de la Unión Europea con Estados Unidos. Podría ser consecuencia de una presunta debilidad en la nueva política internacional del Presidente Obama; del mismo modo que se podría atribuir a sentimientos de desamparo frente a una crisis que no acaba de terminar.

Otro tema que sigue provocando confusión, pasión e incertidumbre, es la inmigración. Frente a la crisis se recurre a su descalificación y no son pocos los sectores políticos que ante las próximas consultas electorales, preparan sus armas para utilizar a seres humanos como arma arrojadiza, a pesar de saber todos que son imprescindibles para supervivencia de la Unión Europea.

Por ello cuesta imaginar que los políticos pretendan ignorar lo que supondrían la falta de natalidad, las oportunidades de crecimiento, el equilibrio de la Seguridad social y las necesidades de bienestar, en particular, para la tercera edad, perdiéndose en debates contraproducentes de  velos o identidades nacionales.

No se trata aquí de fomentar la inmigración sino de sostener un discurso razonable, realista y transparente ante la ciudadanía.

Por parte de los países exportadores de mano de obra, corresponde considerar el déficit que supondría para ellos prescindir de esa fuerza de trabajo y de su capacidad creativa a medio y largo plazo.

La cuestión no es de saber cual de los dos bandos pierde o gana, sino dejar de cuestionar la condición humana, su dignidad y su libertad natural.

Es hora para Europa de definirse de nuevo. Se supone que el ciudadano europeo reclama que su proyecto de integración, no sólo sea el de la prosperidad, sino el que le garantice la seguridad en tiempos de vacas flacas. Sólo en ese caso la Unión Europea podrá cumplir con todas sus promesas y expectativas.

Abdeslam Baraka

Rabat 26 de febrero 2010

viernes, 19 de febrero de 2010

Catástrofes y similitudes

Haití e Irak han sufrido hecatombes de dimensiones apocalípticas. El primero lo fue por causas naturales, el segundo por causas humanas. El efecto sobre el Estado y la población es idéntico y el dolor de las víctimas inocentes es el mismo, aunque las causas sean diferentes.

Dos países diezmados, que apelan a la ayuda y reconstrucción, destruidos, los dos, a nivel de la estructura de Estado, de infraestructuras y de su propia alma nacional. De la noche a la mañana, desaparecen las administraciones, los archivos de jubilación, de impuestos, de antecedentes delictivos y de propiedad; como si tuviesen que nacer de nuevo.

Según la encuesta de Research Business, las muertes violentas como consecuencia del conflicto de Irak se elevarían, en agosto del 2007, a 1.033.000. En el caso de Haití, las víctimas mortales del sismo se sitúan entre 150.000 y 200.000, conforme a las estimaciones de la fuerza especial de Estados Unidos desplegada en el país. En los dos casos, las personas afectadas se cuentan por millones, sin contar con el dolor, que no cabe ni en cifras ni en fajos de billetes de dólares.

Hasta donde sabemos, los sismos y las armas de destrucción masiva pueden causar efectos similares en bienes y vidas humanas. Por lo tanto, nuestra vindicación ante tales amenazas debe ser tan clara como contundente: Previsibilidad, Solidaridad y Responsabilidad.

La historia, nos ha enseñado -salvo a los que no quieren recordar- que lo que pensamos que es nuestra realidad se puede transformar en ficción y que el poder que pensamos tener se puede esfumar en pocos segundos. ¡Cuánta riqueza se ha diluido en la última crisis financiera y cuantos países se han visto al borde de la bancarrota o continúan estándolo! 

Dediquemos unos segundos al recuerdo de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, a los conflictos mundiales del siglo XX, a las guerras coloniales o civiles entre hermanos de la misma patria, a la ola destructiva del tsunami, a la tragedia, sin fin, de Afganistán, a la horrible matanza del 11-S, a la del 11-M, a los trenes de Londres, a la última masacre en Gaza (Palestina) y a tantas catástrofes de la historia de la humanidad, sin olvidar el conmovedor Holocausto. No importa cómo nos venden nuestras penas ni cómo las justifican; no importan las causas; el hecho es que nuestros males son nuestros, los de la humanidad, y que nadie puede decir que de esta agua no bebo.

Tampoco podemos olvidar el cinismo de ciertos medios y sectores que veían en la destrucción de Irak la ocasión de oro para participar en las ya famosas e inútiles “conferencias para la reconstrucción” y obtener contratos millonarios; argumento que llegó a ser el mascarón de proa de ciertos políticos, para tratar de convencer a sus opiniones públicas de la necesidad de participar en la agresión bélica e ilegítima a ese país. “Let's do Business”, decía uno de ellos, prácticamente, sobre los cuerpos de miles de víctimas calcinadas.

Pretendemos vivir bajo el amparo de Estados de derecho “modernos”,  tecnológicamente dotados y económicamente sostenidos por los recursos y producciones individuales y colectivas, sean naturales o impositivos. Esos Estados tienen la obligación de garantizar un mínimo de previsibilidad y capacidad de reacción frente a la adversidad, antes de desplegar balances de “realizaciones”, que serían las primeras en ceder ante cualquier fuerza destructiva.

A todos nos parece que el marco actual de Naciones Unidas no responde a nuestras preocupaciones, pero seguimos organizando solemnes y costosas asambleas generales, profiriendo discursos que nadie retiene y anunciando intenciones que nadie sostiene. Sabemos de las dificultades de reformar tal organismo y es sobradamente conocida su incapacidad de prevenir y resolver los conflictos. Pero desde ya, se le puede reforzar y darle vida, apoyando, al menos, su capacidad de coordinación y de intervención humanitaria ante cualquier situación de catástrofe, sea natural o de guerra.

Estoy convencido de que la tragedia de Haití no hubiese tenido la misma respuesta de la comunidad internacional si no fuese porque los gobiernos poderosos del mundo se sintieran avergonzados por no reaccionar con la misma celeridad y contundencia ante la catástrofe natural de ese país como lo hicieron frente a la reciente crisis financiera. Aunque queda por averiguar si todas la promesas de contribución serán cumplidas.

Cuando es la naturaleza quien nos vence, nos resignamos ante una voluntad superior y cuando es el poderío bélico el que vence, nos inclinamos ante la “razón del vencedor”, pero la desgracia del ser humano sigue siendo la misma.

Abdeslam Baraka
CCS
Rabat 17 de febrero 2010