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viernes, 19 de febrero de 2010

Catástrofes y similitudes

Haití e Irak han sufrido hecatombes de dimensiones apocalípticas. El primero lo fue por causas naturales, el segundo por causas humanas. El efecto sobre el Estado y la población es idéntico y el dolor de las víctimas inocentes es el mismo, aunque las causas sean diferentes.

Dos países diezmados, que apelan a la ayuda y reconstrucción, destruidos, los dos, a nivel de la estructura de Estado, de infraestructuras y de su propia alma nacional. De la noche a la mañana, desaparecen las administraciones, los archivos de jubilación, de impuestos, de antecedentes delictivos y de propiedad; como si tuviesen que nacer de nuevo.

Según la encuesta de Research Business, las muertes violentas como consecuencia del conflicto de Irak se elevarían, en agosto del 2007, a 1.033.000. En el caso de Haití, las víctimas mortales del sismo se sitúan entre 150.000 y 200.000, conforme a las estimaciones de la fuerza especial de Estados Unidos desplegada en el país. En los dos casos, las personas afectadas se cuentan por millones, sin contar con el dolor, que no cabe ni en cifras ni en fajos de billetes de dólares.

Hasta donde sabemos, los sismos y las armas de destrucción masiva pueden causar efectos similares en bienes y vidas humanas. Por lo tanto, nuestra vindicación ante tales amenazas debe ser tan clara como contundente: Previsibilidad, Solidaridad y Responsabilidad.

La historia, nos ha enseñado -salvo a los que no quieren recordar- que lo que pensamos que es nuestra realidad se puede transformar en ficción y que el poder que pensamos tener se puede esfumar en pocos segundos. ¡Cuánta riqueza se ha diluido en la última crisis financiera y cuantos países se han visto al borde de la bancarrota o continúan estándolo! 

Dediquemos unos segundos al recuerdo de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, a los conflictos mundiales del siglo XX, a las guerras coloniales o civiles entre hermanos de la misma patria, a la ola destructiva del tsunami, a la tragedia, sin fin, de Afganistán, a la horrible matanza del 11-S, a la del 11-M, a los trenes de Londres, a la última masacre en Gaza (Palestina) y a tantas catástrofes de la historia de la humanidad, sin olvidar el conmovedor Holocausto. No importa cómo nos venden nuestras penas ni cómo las justifican; no importan las causas; el hecho es que nuestros males son nuestros, los de la humanidad, y que nadie puede decir que de esta agua no bebo.

Tampoco podemos olvidar el cinismo de ciertos medios y sectores que veían en la destrucción de Irak la ocasión de oro para participar en las ya famosas e inútiles “conferencias para la reconstrucción” y obtener contratos millonarios; argumento que llegó a ser el mascarón de proa de ciertos políticos, para tratar de convencer a sus opiniones públicas de la necesidad de participar en la agresión bélica e ilegítima a ese país. “Let's do Business”, decía uno de ellos, prácticamente, sobre los cuerpos de miles de víctimas calcinadas.

Pretendemos vivir bajo el amparo de Estados de derecho “modernos”,  tecnológicamente dotados y económicamente sostenidos por los recursos y producciones individuales y colectivas, sean naturales o impositivos. Esos Estados tienen la obligación de garantizar un mínimo de previsibilidad y capacidad de reacción frente a la adversidad, antes de desplegar balances de “realizaciones”, que serían las primeras en ceder ante cualquier fuerza destructiva.

A todos nos parece que el marco actual de Naciones Unidas no responde a nuestras preocupaciones, pero seguimos organizando solemnes y costosas asambleas generales, profiriendo discursos que nadie retiene y anunciando intenciones que nadie sostiene. Sabemos de las dificultades de reformar tal organismo y es sobradamente conocida su incapacidad de prevenir y resolver los conflictos. Pero desde ya, se le puede reforzar y darle vida, apoyando, al menos, su capacidad de coordinación y de intervención humanitaria ante cualquier situación de catástrofe, sea natural o de guerra.

Estoy convencido de que la tragedia de Haití no hubiese tenido la misma respuesta de la comunidad internacional si no fuese porque los gobiernos poderosos del mundo se sintieran avergonzados por no reaccionar con la misma celeridad y contundencia ante la catástrofe natural de ese país como lo hicieron frente a la reciente crisis financiera. Aunque queda por averiguar si todas la promesas de contribución serán cumplidas.

Cuando es la naturaleza quien nos vence, nos resignamos ante una voluntad superior y cuando es el poderío bélico el que vence, nos inclinamos ante la “razón del vencedor”, pero la desgracia del ser humano sigue siendo la misma.

Abdeslam Baraka
CCS
Rabat 17 de febrero 2010