lunes, 2 de marzo de 2009

Inmigrante o expatriado ante el Estado de Derecho


Acosados en tierras ajenas, vilipendiados a veces por mentes ignorantes de su propia realidad, acusados de todos los males por políticos poco escrupulosos con una supuesta ética de la tradición democrática, los inmigrantes representan, sin embargo, el soporte indispensable del sistema socio-económico occidental.

Son gente culta que no alcanza a ser profeta en su tierra; son personas “nacidas demócratas” que no soportan vivir en sistemas regidos por otros principios o que carecen de ellos; son seres humanos que buscan mejorar su vida y la de sus seres queridos; son los desplazados de nuestro siglo, los nuevos desterrados y las víctimas del desorden mundial. Son una u otra cosa o todas a la vez. Lo cierto es que constituyen el fenómeno del siglo más temido y paradójicamente deseado en ciertos casos.

Suman más del 9% de la población en Europa, cerca del 15% en América del Norte y el 16% en Oceanía.

Aportan a Occidente su sabiduría, su fuerza de trabajo, su juventud, su diversidad, su consumo y su contribución fiscal. Todo ello es cuantificable y su contribución a las economías de los países receptores ampliamente estudiada y comprobada.

No siempre deciden buscarse la vida por iniciativa propia. En gran parte son captados por Estados o empresas en busca de mano de obra, de médicos, ingenieros, técnicos informáticos y otros cuadros formados gracias al esfuerzo de sus compatriotas, en sus pobres países de origen. Es la llamada caza de cerebros, y de personas que si no alcanzan las previsiones establecidas por sus seductores… son devueltos a sus lugares de origen con el consiguiente descalabro para ellos y para su comunidad de origen. Se olvida con demasiada facilidad que la persona que arriesga su vida más allá de sus fronteras, en busca de una situación laboral mejor, no sólo se expone a sí misma sino a la comunidad que contribuyó a su formación y que ha puesto en él sus esperanzas. De ahí tantas personas de la emigración que, antes de regresar con un fracaso a sus lugares de origen, se dejan la vida de una u otra forma, como llevados por el viento.

Empezaron por ser carne de cañón en las guerras europeas del siglo XX. Luego pasaron a ser la mano de obra indispensable para la reconstrucción. Hoy son el sostén imprescindible del bienestar occidental. Pero seguirán siendo objeto de controversias, manipulaciones y explotación mientras el sentimiento de debilidad les persiga.

Salieron débiles de sus tierras y llegaron desamparados a su destino. El miedo al fracaso es su principal enemigo y un gran vacío de incomprensión les rodea. De nada les sirve atenerse a los convenios internacionales de “protección de los trabajadores migratorios” ni a la propia declaración universal de Derechos Humanos puesto que emocionalmente no se sienten en condición de reclamar ni de defenderse. Son auténticos desarraigados que soñaron con repetir a la inversa los caminos de los pueblos que los invadieron, sometieron y explotaron.

Por ello necesitan de la comprensión y de la asistencia de la gente de bien hasta que ese sentimiento de debilidad desaparezca. Entonces se habrán integrado en las sociedades de acogida aportando sus saberes y su riqueza o habrán conformado especies de ghettos en tierra extraña, como fue el caso de muchas otras poblaciones a lo largo de la historia.

Los mismos europeos han padecido las mismas dificultades en su larga historia como emigrantes antes de caer en la cuenta de que están ante otros semejantes a quienes deben acoger con arreglo a las leyes de la hospitalidad y de los derechos fundamentales.

En la actualidad, aparece de nuevo la figura del “expatriado” por la que algunos parecen inclinarse para indicar la condición de emigrante occidental.

El matiz no es ni casual ni despreciable. Corresponde a un espíritu diferente y se deduce de un sentimiento de libertad y de seguridad.

Sea por razones económicas o por el placer de buscar otros cielos, el “expatriado occidental” es consciente del respaldo que supone para él, su propia nacionalidad. No tanto por pertenecer a un mundo poderoso sino porque simplemente, su persona cuenta en democracia.

Sin duda, la condición de ciudadano forja en el individuo una personalidad con características peculiares que le confieren dignidad, serenidad y confianza.

El sentirse arropado por un Estado de Derecho es lo que a fin de cuentas distingue al expatriado del inmigrante. Y me inclino a creer que el fenómeno migratorio actual se mueve justamente por la incesante búsqueda de ese mismo sentimiento.


Abdeslam Baraka

Rabat a 2 de Marzo de 2009

sábado, 14 de febrero de 2009

La sociedad de consumo no es una fatalidad

La crisis que vivimos, empezó por ser una crisis financiera para transformarse en crisis económica con la consecuencia social que cada uno de nosotros siente al menos en su entorno.

La apatía de principio no tardó en transformarse en alarma antes de engendrar una verdadera confusión. Después de dudar, de vacilar y de recapacitar, los gobiernos convencidos del liberalismo y de la perspicacia de la ley del mercado, terminaron por optar por lo inconcebible a su juicio, o sea intervenir en el propio mercado con medidas gubernamentales y medios públicos, al haber comprobado que las inyecciones de liquidez y las medidas extremas de los bancos centrales no daban abasto al pánico que se instalaba.

Sea a través de alentar el consumo, reduciendo los impuestos y otras cargas o a través del incremento de la inversión pública cuyo ejemplo mas ilustrativo es el “Recovery and Reinvestment Act” adoptado recientemente por el congreso de EE.UU. bajo el impulso del flamante Presidente Barack Obama, las medidas adoptadas abonan en el sentido de sostener el propio sistema, notoriamente culpable de la temible deriva.

¿Será suficiente la inyección de 787.000 millones de dólares para reactivar el mercado americano e insuflar la confianza en la economía mundial? Ciertamente no. Otras medidas de gobernanza, principalmente de orden político y legislativo deberán intervenir para recobrar la confianza del ciudadano que en fin de cuentas aparece como el verdadero inversor por medio de sus ahorros logrados al sudor de su trabajo y del riesgo consentido en sus iniciativas.

Lo único cierto, es que la crisis permitió a los políticos recobrar protagonismo, eso sí, a través de los recursos de los contribuyentes y no siempre con acierto.

Algunos preconizaron, la refundación del capitalismo; otros tuvieron la tentación de recurrir al proteccionismo y negar las ventajas cuan elogiadas de la globalización. Ni los unos ni los otros responden realmente a la preocupaciones de los pueblos que reclaman estabilidad, bienestar y visibilidad.

En realidad, el ciudadano del mundo se ha visto envuelto en una sociedad de consumo, que ni ha reivindicado ni ha deseado y que no ha tenido mas remedio que padecer.

Para recortar distancias, creo humildemente que lo que está en tela de juicio es la deriva hacia una sociedad de consumo que se empeñó en forzar la ley de la oferta y la demanda real, en el sentido de alentar un consumo innecesario y superfluo.

Ante la ofensiva comercial impulsada por el provecho excesivo de las empresas, apoyada por un crédito bancario que por lo menos podríamos tachar de laxismo, “el ciudadano”, o “consumidor”, no tuvo mas remedio que endeudarse permitiendo al sistema seguir creciendo hasta llegar a amenazar la estabilidad mundial.

¿Por cuanto tiempo seguirán los gobiernos apoyando los productores de automóviles bajo el pretexto de mantener el empleo y con la esperanza, sea dicho de paso, de asegurarse el “voto”. Y que se deberá hacer con el sector informático, el inmobiliario y el resto de sectores que bajo el impulso de la competencia y del lucro excesivo llevaron su producción mas halla de la demanda real.

Hay que recordar que este modelo nos llevó mucho antes de la actual crisis a destruir cantidad de oficios seculares y a maltraer el medio ambiente con lo que conlleva como destrucción definitiva de unos recursos naturales limitados.

Solo una temible inconsciencia puede disimular el tremendo error en que nos enmarañamos.

Ciertamente, es hora de actuar como se está haciendo. Aunque el hecho de recapacitar a medio plazo será aún mas saludable. Habrá, que evaluar el comportamiento del sector privado en los sectores privatizados en los últimos años, habrá que redefinir la misión del sector bancario, lamentablemente mercantilista en la actualidad, reincorporándolo en su papel de depositario, como buen padre de familia, de los ahorros de los ciudadanos. Y habrá, por fin, que recuperar la función del Estado como garante de la estabilidad, no solo política sino económica y social de la comunidad.

El Estado democrático reclama que se debata, en su momento, de estas cuestiones y que se permita a los ciudadanos decidir sobre su futuro. Cualquier otra tendencia como la que “sabiamente” preconiza una gobernanza financiera mundial u otras tantas expertas fórmulas no hará mas que empeorar la dolencia y hacer mas difícil el despertar de nuestros hijos.

Quizás, en el fondo, seamos responsables de no haber advertido la deriva de la economía de mercado a una inadmisible sociedad de mercado ignorando la solidaria dimensión del ser humano.

Madrid a 14 de febrero del 2009

Abdeslam Baraka