viernes, 5 de noviembre de 2010

Tiempos de frustración e inconsciencia


En nuestros días aprendemos a consumir noticias que hablan de billones de euros dedicados a rescates de empresas millonarias, a financiar gastos militares o simplemente a mantener un tren de vida y de exigencias de estados cuyo apetito parece insaciable. Asistimos asombrados a la degradación del poder adquisitivo de miles de millones de personas, a sus dificultades para recibir cuidados dignos de salud y a sus esfuerzos para mantener su vivienda. Algo que cada día resulta más difícil ante la voracidad de desahucios bancarios.

Nuestra generación se siente decepcionada. Aprendimos y transmitimos en nuestro entorno político y social los valores de Libertad, Democracia e Igualdad. Muchos lucharon por esos principios, otros sólo pudieron apoyar la causa o consentir pero todos pretendían acceder a una vida mejor. En Occidente se comenzó a poner en marcha el Estado de bienestar hasta que las crisis y egoísmos irracionales lo han ido convirtiendo en una especie de Estado de espejismo. En el resto del mundo, pocos son los países que pueden jactarse de haber dado los primeros pasos en ese sentido y muchas son las luchas y militancias que terminaron en cementerios y en cárceles, o simplemente en cansancio y rendición.

Se tiene la impresión de que el sufrimiento fue en vano. Que las entusiastas marchas populares se limitaron a quedar plasmadas en carretes de blanco y negro, mientras los esperanzados discursos políticos del pasado se han perdido en archivos y hemerotecas.

El discurso político, si todavía existe, ha perdido su capacidad de movilización y de persuasión. Se hace cada vez más aritmético, más contable y se confunde en cifras y porcentajes que ahogan cualquier aspiración y voluntad de mejorar la condición de los ciudadanos. No debe ser fácil para los políticos que se respetan, emprender, en la actualidad, una campaña electoral o dirigirse a su electorado en un meeting partidista. Sí han aprendido a manejar de manera brillante los presupuestos, recurrir al lenguaje de déficit y rentabilidad. Se descalifican unos a otros y, en la confusión dominante, es obvio que han dejado de fijarse en la vida cotidiana y de acogerse a su verdadera misión de abrir horizontes y proponer alternativas ilusionantes.

No es bueno que gobiernos y oposición se transformen en gestores de segunda y que las verdaderas políticas sean impuestas por empresas e instituciones transnacionales que se ocupan de sus propios intereses. No importa que el peso de ciertas empresas supere el producto nacional bruto de muchos estados, no hay razón  suficiente para que el poder público falte a sus obligaciones nacionales. ¿No sería más útil que nuestros gobernantes rechazaran ciertas imposiciones externas en contradicción con el bien de la comunidad y utilizaran sus mayorías parlamentarias y su prestigio social para llevar a cabo políticas justas y solidarias? Los pueblos saben comprender cuando se les habla con autenticidad y rigor, pues ellos son quienes padecen las consecuencias.

Esta confusión en las responsabilidades de cada uno se ha extendido a los ciudadanos  que, apoyándose en su condición de contribuyentes, tienden a exigir mucho porque les resulta imposible distinguir sus prioridades y ordenar sus reivindicaciones. Se comprende que resulte difícil para un agricultor tener que esperar una buena cosecha para acudir a cuidados sanitarios o que un obrero tenga que escoger entre sus hijos cual podrá llevar al médico cuando todos están enfermos. Es inhumano que haya personas sin techo o en prolongada situación de desempleo y que no puedan vivir con dignidad y ofrecer a sus familias las necesarias oportunidades. 

En tales condiciones es comprensible que se instalen la desconfianza y el miedo, la desesperanza y el derrotismo ante cualquier posibilidad de recuperar su dignidad personal y profesional. De ahí la tendencia de optar por el interés personal antes que por el general. Es sin duda una situación crítica y casi de supervivencia para gran parte de la ciudadanía.

A estas alturas, no se puede creer que nadie se percatara y corrigiera las excesivas e injustas derivas del modelo de desarrollo económico ultra-liberal, tan infiltrado en el sistema socio-político que llegaron a presentárnoslo como la única alternativa viable.

Abdeslam Baraka
Rabat el 2 de noviembre 2010

CCS

viernes, 29 de octubre de 2010

El voto popular no es un cheque en blanco

El actual contexto democrático nos está dando señales de agotamiento que no acabamos de percibir y no calla su alarido de advertencia que tampoco termina de convencernos.

Cuando el éxito electoral del Frente Islámico de Salvación en Argelia pudo justificar, ante occidente, el golpe de Estado militar; cuando un sistema democrático permite la elección de un movimiento populista que niega el derecho de la oposición a existir y a luchar con armas iguales; cuando un gobierno democráticamente y "civilizadamente" elegido pretende que el mandato popular le permite convertirse en dirigente absoluto durante el periodo constitucional, es que algo nos llama a recuperar el concepto democrático para preservarlo de los oportunistas y de los idiotas cortesanos.

Las recientes experiencias europeas, en particular la francesa y desde ya la británica -por fijarnos en las mas vistosas-, nos interpelan directamente sobre el plebiscito de un programa electoral y la credibilidad de su portavoz, frente a los principios democráticos que no deben limitarse a la mayoría parlamentaría y partidista, sino que trascienden la democracia aritmética hacia el mayor rayo de diálogo y acercamiento social.

En los dos casos podemos observar como algunos protagonistas se aferran a reformas anunciadas en sus campañas electorales en un contexto ya obsoleto -por el hecho de la crisis-, sin siquiera tratar de "reprogramarlas" y adaptarlas por la vía del diálogo y de la negociación. Del mismo modo, podemos ver como no les tiemblan las manos cuando tienen que introducir recetas "pre-cocinadas" del Fondo Monetario Internacional -ahora también toca a los poderosos-, pasando por alto sus propias promesas electorales.

Tampoco se puede entender que en ciertos países de América Latina, el resultado electoral permita a los vencedores cambiar el rumbo de toda una sociedad, como si la verdad y la democracia misma acompañara sus programas de gobierno. No se trata aquí de poner en cuestión la voluntad de cambio y de progreso sino de alertar sobre la experimentación de modelos ideológicos de manera no consensuada con las sociedades llamadas a sufrirlos.

En cuanto al Mundo Árabe, no se si vale la pena volver al caso del F.I.S, y a la fecha fatídica del 11 de enero 1992 en la que se decidió revocar la primera vuelta de las elecciones legislativas en Argelia (el partido islamista obtenía el 82% de les escaños) o centrarnos en el realidad política palestina reciente que no acaba de sorprender.

Sorprenderá, imagino, saber que en las elecciones parlamentarias del 2006 el Movimiento Hamas obtuvo mayoría absoluta del pueblo palestino y que actualmente es considerado por Occidente como una organización terrorista. Que por otra parte, la comunidad internacional liderada por Estados Unidos de América pretende cerrar unas negociaciones de paz con interlocutores de las dos partes, en ausencia del ganador de los últimos comicios palestinos aunque para alegría de algunos, hace tiempo que el mandato electoral palestino dejó de serlo.

¿Cómo tratar con estas grandes contradicciones que pretenden mostrarnos el otro lado del espejo, como si nuestras sociedades fuesen agrupamientos de seres incultos que carecen de discernimiento o que padecen de idiocia? ¿Cómo no amarrarse y arrimarse al único significado de la democracia al que necesitamos atenernos y que nos es mas que la garantía de expresarnos libremente como individuos, como estructuras o colectividades en el marco de un Estado que nos representa y que configura nuestra propia emanación.

En democracia, el voto popular no puede ser considerado como un cheque en blanco durante el mandato electoral, sea para unos o para otros. El voto permite desempatar a competidores políticos pero de ninguna manera niega la existencia y derecho a la existencia plena, humana y ciudadana de los perdedores. Justamente por ello las normas democráticas constitucionales prevén, estructuras representativas de las fuerzas políticas mas significativas mecanismos de control y censura.

Optar por una política de excesiva disciplina partidista, por el discurso único o dicho de otra manera, por la negación de la esencia de los principios de representatividad y de conciencia, resulta ser el virus principal de nuestras sociedades. Algo falla pues en Democracia, algo en ella necesita reforma y rectificación, para que no sirva de puente a sus detractores y siga siendo, por mucho tiempo, nuestra manera de vivir y de convivir en paz.

No se trataría tanto del contenido sino del método ¿Puede ser?

Abdeslam Baraka
CCS

Rabat el 23 de octubre 2010

viernes, 18 de junio de 2010

¡Europa, la última oportunidad!

Basta con fijarse en el gasto del gobierno federal de Estados Unidos, que ronda el 16% del PIB, para darse cuenta de que el limite del 1,27% del PIB fijado al presupuesto europeo no parece ser la solución para salir de su crisis económica. El gasto público estadounidense es, sin duda, lo que permite la recuperación de la economía americana y lo que sustenta el dólar conforme a la política monetaria que se le asigna. El enorme déficit del Estado de California de 42.000 millones de dólares, no parece amenazar ni la moneda ni la economía americanas.

Siguiendo las recomendaciones de los expertos, los países europeos están tomando, cada cual en su ámbito nacional, medidas de corte técnico, con las repercusiones sociales que sabemos, en el momento en que el razonamiento lógico indica que la clave reside en tomar medidas políticas y estructurales de la envergadura del federalismo y de incremento del presupuesto europeo.

Se está asistiendo a un verdadero vals, a contrarreloj, inusual y apresurado, de medidas legislativas y reglamentarias, en la casi totalidad de los países europeos, con la finalidad anunciada de atajar la crisis de la moneda única y evitar quiebras estatales. Es obvio que los recortes de salarios y pensiones, el abaratamiento del despido y el retraso de la edad de jubilación no se corresponden con el objetivo de salvar el Euro y aliviar la deuda pública. A lo más servirían para atenuar el déficit público y mejorar temporalmente la conjetura. Pero, de ninguna manera preparan una cierta inmunidad del sistema frente a la próxima crisis.

Por otra parte, tales medidas amenazan con dificultar el cobro de la deuda privada y aumentar la presión sobre el sistema bancario.

Ante este panorama, resulta sorprendente que el fondo monetario internacional apele a más competitividad de las economías europeas -altamente competitivas, por ahora, a nivel tecnológico y de calidad- sin avisar de que la única vía para hacerla aún más competitiva consiste en superar el modelo chino. Es decir, trabajar más de doce horas al día, más barato y renunciar a todas las prestaciones sociales, amén de la disponibilidad de un mercado interno de alrededor de casi un millar y medio de habitantes, del que no disponen las empresas europeas.

A todas luces, la solución no se puede encontrar en tecnicismos económicos y financieros, que recién demostraron su rotundo fracaso, sino en la recapacitación política que permita al proyecto europeo dar el salto decisivo hacia la estructura federal, que figuraba en la ambición de los fundadores. El proyecto europeo se quedó corto y, posiblemente, las ambiciones electoralistas de algunos de sus líderes lo dejaron más encogido en el acuerdo de mínimos de Lisboa.

El proyecto europeo tiene su última oportunidad. Cierto que el momento es grave y los especuladores de los mercados financieros lo hacen más difícil, pero no hay duda de que si no se avanza, se retrocede. Recobrar el liderazgo político no será fácil. Muchas prácticas innovadoras han transformado la democracia en ecuaciones matemáticas electoralistas, en manos de maquinarias políticas partidistas que se ocupan más de contar votos que de producir ideas y confianza.

El proceso de la Unión Europea no prevé ni estancamiento ni marcha atrás. O avanza o se hunde, y este último escenario no sería de buen augurio para el resto del mundo.

Abdeslam Baraka
Rabat 14 de junio 2010

domingo, 13 de junio de 2010

Palestina querida

Palestina sola,
Por haber sido olvidada.
Palestina sola,
Que aún siendo tierra de profetas,
Se muere de sus heridas, profundas y letales.

Palestina sola,
Por el infausto defecto humano,
De no saber distinguir
Entre tantos amores:
De la fe, a la perfidia de los traidores.

Ni el llanto de sus débiles viudas,
Ni la soledad de sus huérfanos,
Sabrán hacer entrar en razón
A supuestos amigos y tantos fieros enemigos,
Diseminados por las tierras de Dios.

Solidaridad exhibida,
Fondo de comercio, satisfacción o sentimiento del deber cumplido,
Nos permiten seguir el camino
Sin apenas derramar la lágrima
De la sensación de dolor ni de la humana conmoción.

Palestina sola,
Por haber sido olvidada,
Hoy gustan enfocar a Gaza, Palestina también sola,
Pero arrinconada y guerrera.
Gaza, rama entre las ramas de un singular olivo.

Palestina sola, volverá a ser unida,
Palestina sola, sabrá un día perdonar
Para lograr la convivencia
Que ni la dominación por la fuerza
Ni la vil etnocracia, supo nunca imponer.

Palestina querida,
No esperes nada de nadie.
Tu destino será escrito
Por los sacrificios de tus seres queridos
Que sabrán doblegar el yerro de la locura, 
por la dulce fuerza de la razón.

Abdeslam Baraka

Rabat el 10 de junio 2010

viernes, 12 de marzo de 2010

Mujer indignada por “el día de la mujer”

Era el 8 de marzo y la mujer que tenía al lado en el autobús recibía llamadas de unas amigas felicitándola y comentando el Día Internacional de la Mujer. Me sorprendió la respuesta que daba a sus exaltadas interlocutoras, en animadas conversaciones. Se sentía indignada y disminuida en su condición de mujer. Se sentía equiparada con causas y fenómenos tan dispares como el día de las cooperativas, de la preservación de la capa de ozono, el día mundial sin tabaco o a uno de tantos días que se dedican a celebrar lo que son realidades de cada día. ¿Tiene sentido celebrar el día de la madre o el del padre o el de San Valentín?

Llamaba mi atención ver a una mujer rechazar un pretendido homenaje. Al llegar a casa, busqué el calendario de eventos y días internacionales de Naciones Unidas. Conté 109 eventos, repartidos en 93 días algunas jornadas eran compartidas, y otras se transformaban en semanas. En vano traté de encontrar algún denominador común, un argumento que me ayudase a comprender los requisitos reglamentarios o, al menos razonables, que justificasen la inclusión de un evento dado en dicho calendario.

Mi confusión era total. Pasaba de principios universales de importancia trascendental, a aniversarios o causas regionales o nacionales, pasando por homenajes relativos a conceptos obviamente obsoletos. Lo único que aparecía claro era que los participantes en las asambleas generales debieron sentirse muy orgullosos con la sensación del deber cumplido, y seguramente convencidos de haber resuelto un problema importante.

Quise comprender a la mujer del autobús. Pensé que no era cuestión de pasar por alto la milenaria y penosa lucha de tantas mujeres y de no pocos hombres, convencidos de la igualdad de género; lucha que todavía tiene mucho camino por recorrer. Para ella se trataba de evitar que la cuestión de la mujer se frivolice o que se reduzca a un simple  trofeo, expuesto en las estanterías del museo de resoluciones de la asamblea general de Naciones Unidas.

Me puse en su lugar y me dije que las causas no avanzan con discursos o banquetes, ni se imponen a través de festejos o dedicándoles escasos minutos de difusión, en la radio y televisión, una vez al año. Que no es suficiente recordar, esporádicamente, a los que deciden y legislan que la mujer sigue sufriendo y que merece la compasión de sus señorías. Que no estamos confrontados a la situación de una minoría discriminada o al apoyo a un grupo político perseguido por sus ideas o declaraciones, que pueden merecer interés y solidaridad. 

Entendí, entonces, que el tema era mucho más grave y ciertamente más importante de lo que aparentaba ya que concernía a la otra mitad de la humanidad y que, en fin de cuentas, era el problema de toda la humanidad.

¿Tanto cuesta hacerse a la idea de que esa hija, ese cónyuge, esa madre, es la misma persona en diferentes etapas de su vida, que es la mujer, sin más ni menos? ¿Cómo comprender que se la proteja, se la maltrate  o desdeñe y se la venere cuando es hija, cuando es cónyuge o cuando es madre, según la suerte que le toque? Y para colmo, que esa suerte resida en un hijo, un cónyuge o un padre, en un hombre. Es decir, un semejante en alguna etapa de su vida.

Ahora me doy cuenta de que la mujer del autobús llevaba toda la razón. La solución no podía estar en los meandros de la ONU, ni mucho menos en sus resoluciones o días internacionales, sino en nuestro profundo interior.

Algo, pues, tendremos que hacer para reencontrarnos, reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestro género. Quizás se trate de recuperar y vivir con plenitud nuestra condición de seres humanos.

Abdeslam Baraka
CCS

12 de Marzo 2010

viernes, 26 de febrero de 2010

El hervidero europeo

La moneda única, la relación transatlántica y la inmigración amenazan el proyecto de integración europea, como consecuencia de las nuevas realidades. ¿Habrá dudas sobre su futuro?

Desde la introducción del Euro, en 2002, es la primera vez que la moneda única se desenvuelve en un contexto de crisis económica y financiera. En 2008, ante las primeras sacudidas, el Euro aparecía como el protector de las economías europeas frente a las réplicas de la crisis financiera. En la actualidad, es obvio que se transforma en un serio freno para los países en riesgo, impidiendo la práctica de devaluaciones competitivas, capaces de fomentar el crecimiento a través de la exportación y captación de inversiones y de facilitar la lucha contra el desempleo.

Hay que recordar que en el momento de su introducción física, el Euro ha contribuido al aumento de los precios y mermado el poder adquisitivo de los ciudadanos. Pero sus defensores, lejos de imaginar circunstancias similares a las que se viven hoy en día, se complacían en su afán de competir con el dólar y de tratar de hacer del recién nacido la moneda de referencia en las transacciones internacionales, incluyendo el comercio del petróleo. 

La idea no era descabellada pero se quedaba a medio camino precediendo una unión política que, en el Viejo continente, no dejaba de ser una quimera, a pesar del tratado de mínimos de Lisboa.

¿Dónde quedan los famosos criterios de Maastricht que condicionan la adhesión a la moneda única en términos de estabilidad de precios, finanzas públicas y tasa de cambio?

Lejos del primer tema, leemos en diferentes medios de comunicación que en previsión de la conferencia de Nueva York, en mayo próximo, sobre la revisión del tratado de no proliferación nuclear, que el Primer ministro Belga, Yves Leterme, hace público en un comunicado, la evaluación de una iniciativa conjunta entre varios países europeos (Alemania, Bélgica, Holanda, Luxemburgo y Noruega), con vistas a eliminar el arsenal nuclear en Europa. No se está lejos de replantearse el papel de la OTAN, heredado desde la guerra fría, o reconsiderar la tradicional relación transatlántica.

Lo que sorprende, en primer lugar, es que esta iniciativa no cuente con la adhesión de Israel, como gesto de buena voluntad ante las pretensiones de Irán y las perspectivas de paz en Medio Oriente. Y en segundo lugar, cabe cuestionarse sobre la voluntad del Reino Unido y de Francia ante la variante de prescindir de la clásica política de disuasión frente a Rusia. En todo caso, la iniciativa belga tiende a comprometer seriamente la tradicional influencia de Estados Unidos en Europa.

A estos elementos hay que añadir nuevos indicadores como la reciente caída del Gobierno holandés a causa de diferencias irreconciliables sobre la prolongación de la misión militar de Holanda en Afganistán, o el malestar francés por la intervención humanitaria de Estados Unidos en Haití.

Todo este vaivén aparece como un replanteamiento de la relación de la Unión Europea con Estados Unidos. Podría ser consecuencia de una presunta debilidad en la nueva política internacional del Presidente Obama; del mismo modo que se podría atribuir a sentimientos de desamparo frente a una crisis que no acaba de terminar.

Otro tema que sigue provocando confusión, pasión e incertidumbre, es la inmigración. Frente a la crisis se recurre a su descalificación y no son pocos los sectores políticos que ante las próximas consultas electorales, preparan sus armas para utilizar a seres humanos como arma arrojadiza, a pesar de saber todos que son imprescindibles para supervivencia de la Unión Europea.

Por ello cuesta imaginar que los políticos pretendan ignorar lo que supondrían la falta de natalidad, las oportunidades de crecimiento, el equilibrio de la Seguridad social y las necesidades de bienestar, en particular, para la tercera edad, perdiéndose en debates contraproducentes de  velos o identidades nacionales.

No se trata aquí de fomentar la inmigración sino de sostener un discurso razonable, realista y transparente ante la ciudadanía.

Por parte de los países exportadores de mano de obra, corresponde considerar el déficit que supondría para ellos prescindir de esa fuerza de trabajo y de su capacidad creativa a medio y largo plazo.

La cuestión no es de saber cual de los dos bandos pierde o gana, sino dejar de cuestionar la condición humana, su dignidad y su libertad natural.

Es hora para Europa de definirse de nuevo. Se supone que el ciudadano europeo reclama que su proyecto de integración, no sólo sea el de la prosperidad, sino el que le garantice la seguridad en tiempos de vacas flacas. Sólo en ese caso la Unión Europea podrá cumplir con todas sus promesas y expectativas.

Abdeslam Baraka

Rabat 26 de febrero 2010

viernes, 19 de febrero de 2010

Catástrofes y similitudes

Haití e Irak han sufrido hecatombes de dimensiones apocalípticas. El primero lo fue por causas naturales, el segundo por causas humanas. El efecto sobre el Estado y la población es idéntico y el dolor de las víctimas inocentes es el mismo, aunque las causas sean diferentes.

Dos países diezmados, que apelan a la ayuda y reconstrucción, destruidos, los dos, a nivel de la estructura de Estado, de infraestructuras y de su propia alma nacional. De la noche a la mañana, desaparecen las administraciones, los archivos de jubilación, de impuestos, de antecedentes delictivos y de propiedad; como si tuviesen que nacer de nuevo.

Según la encuesta de Research Business, las muertes violentas como consecuencia del conflicto de Irak se elevarían, en agosto del 2007, a 1.033.000. En el caso de Haití, las víctimas mortales del sismo se sitúan entre 150.000 y 200.000, conforme a las estimaciones de la fuerza especial de Estados Unidos desplegada en el país. En los dos casos, las personas afectadas se cuentan por millones, sin contar con el dolor, que no cabe ni en cifras ni en fajos de billetes de dólares.

Hasta donde sabemos, los sismos y las armas de destrucción masiva pueden causar efectos similares en bienes y vidas humanas. Por lo tanto, nuestra vindicación ante tales amenazas debe ser tan clara como contundente: Previsibilidad, Solidaridad y Responsabilidad.

La historia, nos ha enseñado -salvo a los que no quieren recordar- que lo que pensamos que es nuestra realidad se puede transformar en ficción y que el poder que pensamos tener se puede esfumar en pocos segundos. ¡Cuánta riqueza se ha diluido en la última crisis financiera y cuantos países se han visto al borde de la bancarrota o continúan estándolo! 

Dediquemos unos segundos al recuerdo de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, a los conflictos mundiales del siglo XX, a las guerras coloniales o civiles entre hermanos de la misma patria, a la ola destructiva del tsunami, a la tragedia, sin fin, de Afganistán, a la horrible matanza del 11-S, a la del 11-M, a los trenes de Londres, a la última masacre en Gaza (Palestina) y a tantas catástrofes de la historia de la humanidad, sin olvidar el conmovedor Holocausto. No importa cómo nos venden nuestras penas ni cómo las justifican; no importan las causas; el hecho es que nuestros males son nuestros, los de la humanidad, y que nadie puede decir que de esta agua no bebo.

Tampoco podemos olvidar el cinismo de ciertos medios y sectores que veían en la destrucción de Irak la ocasión de oro para participar en las ya famosas e inútiles “conferencias para la reconstrucción” y obtener contratos millonarios; argumento que llegó a ser el mascarón de proa de ciertos políticos, para tratar de convencer a sus opiniones públicas de la necesidad de participar en la agresión bélica e ilegítima a ese país. “Let's do Business”, decía uno de ellos, prácticamente, sobre los cuerpos de miles de víctimas calcinadas.

Pretendemos vivir bajo el amparo de Estados de derecho “modernos”,  tecnológicamente dotados y económicamente sostenidos por los recursos y producciones individuales y colectivas, sean naturales o impositivos. Esos Estados tienen la obligación de garantizar un mínimo de previsibilidad y capacidad de reacción frente a la adversidad, antes de desplegar balances de “realizaciones”, que serían las primeras en ceder ante cualquier fuerza destructiva.

A todos nos parece que el marco actual de Naciones Unidas no responde a nuestras preocupaciones, pero seguimos organizando solemnes y costosas asambleas generales, profiriendo discursos que nadie retiene y anunciando intenciones que nadie sostiene. Sabemos de las dificultades de reformar tal organismo y es sobradamente conocida su incapacidad de prevenir y resolver los conflictos. Pero desde ya, se le puede reforzar y darle vida, apoyando, al menos, su capacidad de coordinación y de intervención humanitaria ante cualquier situación de catástrofe, sea natural o de guerra.

Estoy convencido de que la tragedia de Haití no hubiese tenido la misma respuesta de la comunidad internacional si no fuese porque los gobiernos poderosos del mundo se sintieran avergonzados por no reaccionar con la misma celeridad y contundencia ante la catástrofe natural de ese país como lo hicieron frente a la reciente crisis financiera. Aunque queda por averiguar si todas la promesas de contribución serán cumplidas.

Cuando es la naturaleza quien nos vence, nos resignamos ante una voluntad superior y cuando es el poderío bélico el que vence, nos inclinamos ante la “razón del vencedor”, pero la desgracia del ser humano sigue siendo la misma.

Abdeslam Baraka
CCS
Rabat 17 de febrero 2010