martes, 14 de abril de 2009

El Mundo Arabe, sin rumbo

Cuando algo cambia a nuestro alrededor lo primero que procuramos es anticipar los acontecimientos, tratando de tomar nuevas posiciones para evitar el desfase. Cuando algo cambia a nuestro alrededor hay que prepararse a lidiar con lo que se aproxima, mediante el fortalecimiento del cuerpo y el saneamiento del espíritu. Y en estos tiempos de crisis, algo está cambiando a nuestro alrededor.

Sin embargo, el mundo árabe no parece reaccionar con esos reflejos naturales y da la impresión de que opta por dejar pasar la racha, en lugar de alzar la cabeza en busca de su posición perdida. El riesgo es terminar conformándose con cualquier hueco que quede libre. Herido por décadas del colonialismo efectivo y sangrado aún por el dominio económico y cultural, el mundo árabe no acaba de resolver sus propias contradicciones y da la impresión de navegar sin rumbo a merced de la fuerza del viento.

Su nacimiento data de la época de la confrontación entre Occidente y el Imperio otomano musulmán. Desde entonces, el conjunto de entidades nacionales que acordaron, una tras otra, formar la Liga Arabe, en busca de apoyo en sus luchas de liberación, sigue empeñado en mantener una identidad que sirvió en su momento para deshacerse de la dominación turca pero que no concuerda ni con la historia ni con los sentimientos actuales de los ciudadanos.

La confusión entre la propagación del idioma árabe y la pretendida “arabización” de comunidades a nivel étnico o racial, constituye, en mi opinión, el nudo gordiano que dificulta la asunción por cada pueblo de su propia personalidad histórica y enturbia la visibilidad de las vías que faciliten su auténtica realización.

La lengua árabe, por ser la lengua del Corán, goza de una cierta sacralidad en el conjunto del mundo musulmán y por medio de ella se practica el Islam. Pero no por utilizar el idioma se asume una determinada raíz étnica o racial como no todo lo francófono es francés ni todo lo que es hispánico es español. En cambio, Occidente se reclama de su referencia religiosa judeo-cristiana y de la civilización greco-romana y en consecuencia, incrementa el legado recibido, aunque el idioma no esté por medio.

La Liga Arabe ya no es coherente con los principios que dieron lugar a su nacimiento. No es lo que fue en sus orígenes, ni se la escucha ni se la ve. Los tiempos de las viejas motivaciones han concluido y sólo quedan las contradicciones y diatribas calumniosas, estériles o anticuadas. Ni la legítima pero tristemente celebre cuestión de Palestina parece ser capaz de revitalizarla. ¿Habrá llegado el momento de reconocerla como entidad exclusivamente lingüística y cultural?

Los países del sur del Mediterráneo y de Oriente próximo, se enfrentan a nuevos desafíos de desarrollo que preserven sus recursos humanos y naturales. Por otra parte, están llamados a contribuir, juntos, a la edificación de un mundo solidario y de paz donde el único idioma deberá ser el de la democracia y el del respeto de la voluntad de los pueblos. No por ello deberán alejarse de su referente religioso islámico ni de su patrimonio cultural árabo-musulmán; antes al contrario, su contribución a la nueva era se encuentra justamente en ese legado, en sus enseñanzas, su grandeza y sabiduría.

Otras estructuras son posibles contando, porqué no, con la propia Turquía que pena por acceder a la condición plena de miembro de la Unión Europea y cuya inclusión en una eventual nueva organización desplazaría de manera significativa el actual punto de gravedad geo-estratégico del mediterráneo. Tal reposicionamiento, allanaría el camino hacia una relación Norte-Sur más equilibrada y permitiría recobrar el Mediterráneo como un verdadero espacio de encuentro.

Crisis mundial mediante, estamos hoy en un cruce de caminos. Pertenece a los pueblos del sur del Mediterráneo escoger el suyo sin esperar más vientos favorables que los de su determinación, de su entusiasmo y constancia.

"Dios no cambia la condición de la gente mientras estos no se cambien a sí mismos" Qur’an XIII 11.

Abdeslam Baraka

Rabat 14 de Abril 2009

martes, 31 de marzo de 2009

Nueva gobernanza y reforma de los Estados

La transición que estamos viviendo se refleja en el malestar de la ciudadanía con la clase política. La falta de liderazgo, de credibilidad, de ingenio y de espíritu de sacrificio no explica por sí sola la expansión de este sentimiento. Tampoco se debe a la formación o la capacitación de los políticos, que nunca han estado para impartir cursos magistrales, sino para tener sentido común y dar el impulso necesario a las políticas que, democráticamente, hayan establecido.


Lo cierto es que existe un desfase entre la evolución de las sociedades y los sistemas de gobierno heredados; para unos, de la posguerra y, para otros, del colonialismo o de la confrontación Occidente-Oriente.


No es tanto el nivel de democracia lo que interesa aquí, sino la necesaria adecuación de las estructuras y medios estatales a una nueva realidad. Es un hecho que la globalización está avanzando como una nave sin timonel, que la empresas multinacionales han alcanzado dimensiones que sobrepasan las capacidades de numerosos Estados y que los flujos de capital se hacen cada vez más fugaces y aventurados.


Por otra parte, nos afectan muchas de las medidas que se toman en el marco de estructuras supranacionales (OMC, FMI, BM, UE, OTAN, Etc.) y por delegados que, por muy competentes que sean, no dejan de ser vulnerables a los viciosos mecanismos de toma de decisión de tales organismos.


La propagación de la violencia provocada por grupos organizados e incluso por Estados determinados, el narcotráfico y la corrupción amenazan la estabilidad de las sociedades. Esta lucha absorbe gran parte de los medios humanos y financieros de los gobiernos.


Son varios, pues, los factores que conducen al debilitamiento del poder estatal. El mismo poder, en su afán de “liberalismo y modernidad”, contribuye a ahondar la dolencia, procediendo voluntariamente a desarticular las estructuras clásicas del Estado sin cuidarse de sustituirlas por los instrumentos adecuados. Los atributos del Estado se hacen cada vez mas imprecisos, la responsabilidad más difusa y la relación con el ciudadano mas lejana. Lo trágico es que nadie sale beneficiado de tanta fragilidad. Ni los políticos, que ven como su margen de acción se va mermando, así como su visión de futuro. Ni los pueblos, que se sienten abandonados a su suerte en nombre de una ideología económica descarrilada que propugna la ley del más fuerte. A unos se les ve confusos y extenuados, a los otros indiferentes y apáticos.


Este es, a mi juicio, el marco donde hay que buscar las causas, no ya de la crisis financiera, sino de la cadena de crisis que padece el mundo en la actualidad. Asegurar la gobernabilidad pasa por la reestructuración de los Estados y su capacidad a adaptarse a los actuales desafíos. No hay marcha atrás posible. Habrá que pensar de nuevo el concepto de soberanía del Estado, lidiar con la globalización, con el gigantismo de las empresas y establecer un orden jurídico internacional que ponga orden, ética y justicia en las relaciones internacionales.

Los gobiernos tendrán que despojarse de las estructuras obsoletas de administración para dotarse de instrumentos ágiles e inteligentes que garanticen la responsabilidad, la transparencia y comunicación.

La tarea nos puede parecer imposible si perdemos de vista que el objetivo es el bienestar de los pueblos, su desarrollo, su seguridad, en el sentido amplio de la palabra y su desarrollo, La ampliación de las libertades individuales y colectivas puede constituir, por sí misma, una sólida barrera frente a los abusos y extremismos de todo género y contribuir a regular una situación que se hace insostenible para todos.

La solución a nuestros males no se encuentra en la “caza de brujas”, que no pocas voces reclaman, sino en la sabiduría de los pueblos que habrá que escuchar y con los que se tendrá que recomponer una relación que permita una participación ciudadana más efectiva en la tarea de gobierno.

¿Sabremos afrontar las convulsiones que caracterizan los procesos de transición? En el caso que nos ocupa, no se trataría de una entrega de mando entre dos sistemas de Gobierno sino de la capacidad de enlazar de manera responsable y sosegada con una nueva era.

Abdeslam Baraka

31 de marzo 2009

martes, 10 de marzo de 2009

Las nuevas obligaciones del Estado democrático liberal


Cuando los padres y los propulsores del Estado democrático liberal desarrollaban sus tratados y campañas, no se imaginaban que el sistema de gobierno que contribuían a poner en marcha podía servir de cuna a escándalos financieros y estafas de dimensiones internacionales.

La retirada del Estado de ciertos sectores públicos en favor de la libre empresa, nunca ha significado ausentar el control y la regulación institucional. No obstante, asistimos a una cabalgata de los bancos y del sector financiero en general, sin brida ni jinete, que culminó con la crisis de los créditos subprime y el consecuente descalabro económico y social que conocemos a nivel planetario.

Tampoco nos parecía descabellada la voluntad de dejar que el mercado fijase los precios de bienes y mercancías, en una sociedad que compensa el esfuerzo y la creatividad y que confía en el juicio del individuo y de las colectividades. Pero no encontramos racionalidad alguna a la vertiginosa subida de los precios del petróleo y de productos agrícolas (trigo, maíz, arroz, soja... etc.), en el curso del último año. Allí siguen los pretendidos alicientes de tal encarecimiento (crecimiento de India y China, consumo energético americano, el desarrollo del biocombustible, los riesgos de conflictos armados, la proliferación nuclear...), sin embargo los precios han vuelto a bajar substancialmente.

Algunos dirán que la teoría de los ciclos económicos recobra vigencia o que es propio de la dialéctica económica, lo que valdría decir que la crisis estaba “escrita”. Personalmente prefiero sumarme a los que creen que los únicos ciclos son los de nuestros errores, nuestra vanidad y soberbia.

Es obvio que la crisis terminará por amainar a golpe de administrar remedios de caballo al sector financiero. Aunque no es menos cierto que todo el apoyo publico aportado a los bancos vendrá a engrosar una deuda, que nos puede parecer hoy en día virtual pero, que en su momento habrá que pagar en efectivo.

Desde ya, Bernanke y Trichet vaticinan el fin de la recesión para los próximos meses. Es decir, la vuelta a los negocios, aunque no se perciben todavía las nuevas reglas de juego prometidas.

Dichosos pues, los millones de parados o ahorristas del mundo que quieren creer en la buena noticia y que la anhelan desde meses. Ellos, esperan una recuperación sana, que llegue sin que sea acompañada por semejantes de Madoff, Stanford o el trader de “La Société Générale”, entre otros.

Ellos reclaman que el Estado democrático y liberal ejerza sus competencias en pro de un mercado sano que no deje de lado a los más débiles. Ellos no quieren ser simples consumidores sino que pretenden ser considerados como ciudadanos contribuyentes, merecedores de su derecho a saber, exigir y ser protegidos.

El liberalismo, no puede eximir a los gobiernos y legisladores del deber de dictar las reglas, que permitan equilibrar la relación entre el banco y el cliente, entre la aseguradora y el asegurado y que hagan que desaparezca la letra pequeña de los contratos leoninos, que se distribuyen en masa a los usuarios de empresas concesionarias de servicio público.

El liberalismo, no justifica la publicidad falaz ni la comercialización de productos peligrosos, sean financieros o alimentarios.

El liberalismo no debe asumir que desaparezca la ética de los medios de comunicación audiovisuales, hasta el punto de verlos transformados en casino global, a fuerza de SMS.

El liberalismo, que se concibió, en parte, como defensa contra el despotismo político de Estado, no puede, en el apogeo de su desarrollo, ser sinónimo de anarquía o de impunidad, aún menos de una trágica desregulación de la relación humana.

¿ Estaríamos pues, ante nuevas obligaciones que el Estado democrático y liberal deberá asumir para evitar la confirmación del fracaso?

¿No decía Maquiavelo que “El que no detecta los males cuando nacen, no es verdaderamente prudente”?

Abdeslam Baraka

10 de Marzo de 2009

lunes, 2 de marzo de 2009

Inmigrante o expatriado ante el Estado de Derecho


Acosados en tierras ajenas, vilipendiados a veces por mentes ignorantes de su propia realidad, acusados de todos los males por políticos poco escrupulosos con una supuesta ética de la tradición democrática, los inmigrantes representan, sin embargo, el soporte indispensable del sistema socio-económico occidental.

Son gente culta que no alcanza a ser profeta en su tierra; son personas “nacidas demócratas” que no soportan vivir en sistemas regidos por otros principios o que carecen de ellos; son seres humanos que buscan mejorar su vida y la de sus seres queridos; son los desplazados de nuestro siglo, los nuevos desterrados y las víctimas del desorden mundial. Son una u otra cosa o todas a la vez. Lo cierto es que constituyen el fenómeno del siglo más temido y paradójicamente deseado en ciertos casos.

Suman más del 9% de la población en Europa, cerca del 15% en América del Norte y el 16% en Oceanía.

Aportan a Occidente su sabiduría, su fuerza de trabajo, su juventud, su diversidad, su consumo y su contribución fiscal. Todo ello es cuantificable y su contribución a las economías de los países receptores ampliamente estudiada y comprobada.

No siempre deciden buscarse la vida por iniciativa propia. En gran parte son captados por Estados o empresas en busca de mano de obra, de médicos, ingenieros, técnicos informáticos y otros cuadros formados gracias al esfuerzo de sus compatriotas, en sus pobres países de origen. Es la llamada caza de cerebros, y de personas que si no alcanzan las previsiones establecidas por sus seductores… son devueltos a sus lugares de origen con el consiguiente descalabro para ellos y para su comunidad de origen. Se olvida con demasiada facilidad que la persona que arriesga su vida más allá de sus fronteras, en busca de una situación laboral mejor, no sólo se expone a sí misma sino a la comunidad que contribuyó a su formación y que ha puesto en él sus esperanzas. De ahí tantas personas de la emigración que, antes de regresar con un fracaso a sus lugares de origen, se dejan la vida de una u otra forma, como llevados por el viento.

Empezaron por ser carne de cañón en las guerras europeas del siglo XX. Luego pasaron a ser la mano de obra indispensable para la reconstrucción. Hoy son el sostén imprescindible del bienestar occidental. Pero seguirán siendo objeto de controversias, manipulaciones y explotación mientras el sentimiento de debilidad les persiga.

Salieron débiles de sus tierras y llegaron desamparados a su destino. El miedo al fracaso es su principal enemigo y un gran vacío de incomprensión les rodea. De nada les sirve atenerse a los convenios internacionales de “protección de los trabajadores migratorios” ni a la propia declaración universal de Derechos Humanos puesto que emocionalmente no se sienten en condición de reclamar ni de defenderse. Son auténticos desarraigados que soñaron con repetir a la inversa los caminos de los pueblos que los invadieron, sometieron y explotaron.

Por ello necesitan de la comprensión y de la asistencia de la gente de bien hasta que ese sentimiento de debilidad desaparezca. Entonces se habrán integrado en las sociedades de acogida aportando sus saberes y su riqueza o habrán conformado especies de ghettos en tierra extraña, como fue el caso de muchas otras poblaciones a lo largo de la historia.

Los mismos europeos han padecido las mismas dificultades en su larga historia como emigrantes antes de caer en la cuenta de que están ante otros semejantes a quienes deben acoger con arreglo a las leyes de la hospitalidad y de los derechos fundamentales.

En la actualidad, aparece de nuevo la figura del “expatriado” por la que algunos parecen inclinarse para indicar la condición de emigrante occidental.

El matiz no es ni casual ni despreciable. Corresponde a un espíritu diferente y se deduce de un sentimiento de libertad y de seguridad.

Sea por razones económicas o por el placer de buscar otros cielos, el “expatriado occidental” es consciente del respaldo que supone para él, su propia nacionalidad. No tanto por pertenecer a un mundo poderoso sino porque simplemente, su persona cuenta en democracia.

Sin duda, la condición de ciudadano forja en el individuo una personalidad con características peculiares que le confieren dignidad, serenidad y confianza.

El sentirse arropado por un Estado de Derecho es lo que a fin de cuentas distingue al expatriado del inmigrante. Y me inclino a creer que el fenómeno migratorio actual se mueve justamente por la incesante búsqueda de ese mismo sentimiento.


Abdeslam Baraka

Rabat a 2 de Marzo de 2009

sábado, 14 de febrero de 2009

La sociedad de consumo no es una fatalidad

La crisis que vivimos, empezó por ser una crisis financiera para transformarse en crisis económica con la consecuencia social que cada uno de nosotros siente al menos en su entorno.

La apatía de principio no tardó en transformarse en alarma antes de engendrar una verdadera confusión. Después de dudar, de vacilar y de recapacitar, los gobiernos convencidos del liberalismo y de la perspicacia de la ley del mercado, terminaron por optar por lo inconcebible a su juicio, o sea intervenir en el propio mercado con medidas gubernamentales y medios públicos, al haber comprobado que las inyecciones de liquidez y las medidas extremas de los bancos centrales no daban abasto al pánico que se instalaba.

Sea a través de alentar el consumo, reduciendo los impuestos y otras cargas o a través del incremento de la inversión pública cuyo ejemplo mas ilustrativo es el “Recovery and Reinvestment Act” adoptado recientemente por el congreso de EE.UU. bajo el impulso del flamante Presidente Barack Obama, las medidas adoptadas abonan en el sentido de sostener el propio sistema, notoriamente culpable de la temible deriva.

¿Será suficiente la inyección de 787.000 millones de dólares para reactivar el mercado americano e insuflar la confianza en la economía mundial? Ciertamente no. Otras medidas de gobernanza, principalmente de orden político y legislativo deberán intervenir para recobrar la confianza del ciudadano que en fin de cuentas aparece como el verdadero inversor por medio de sus ahorros logrados al sudor de su trabajo y del riesgo consentido en sus iniciativas.

Lo único cierto, es que la crisis permitió a los políticos recobrar protagonismo, eso sí, a través de los recursos de los contribuyentes y no siempre con acierto.

Algunos preconizaron, la refundación del capitalismo; otros tuvieron la tentación de recurrir al proteccionismo y negar las ventajas cuan elogiadas de la globalización. Ni los unos ni los otros responden realmente a la preocupaciones de los pueblos que reclaman estabilidad, bienestar y visibilidad.

En realidad, el ciudadano del mundo se ha visto envuelto en una sociedad de consumo, que ni ha reivindicado ni ha deseado y que no ha tenido mas remedio que padecer.

Para recortar distancias, creo humildemente que lo que está en tela de juicio es la deriva hacia una sociedad de consumo que se empeñó en forzar la ley de la oferta y la demanda real, en el sentido de alentar un consumo innecesario y superfluo.

Ante la ofensiva comercial impulsada por el provecho excesivo de las empresas, apoyada por un crédito bancario que por lo menos podríamos tachar de laxismo, “el ciudadano”, o “consumidor”, no tuvo mas remedio que endeudarse permitiendo al sistema seguir creciendo hasta llegar a amenazar la estabilidad mundial.

¿Por cuanto tiempo seguirán los gobiernos apoyando los productores de automóviles bajo el pretexto de mantener el empleo y con la esperanza, sea dicho de paso, de asegurarse el “voto”. Y que se deberá hacer con el sector informático, el inmobiliario y el resto de sectores que bajo el impulso de la competencia y del lucro excesivo llevaron su producción mas halla de la demanda real.

Hay que recordar que este modelo nos llevó mucho antes de la actual crisis a destruir cantidad de oficios seculares y a maltraer el medio ambiente con lo que conlleva como destrucción definitiva de unos recursos naturales limitados.

Solo una temible inconsciencia puede disimular el tremendo error en que nos enmarañamos.

Ciertamente, es hora de actuar como se está haciendo. Aunque el hecho de recapacitar a medio plazo será aún mas saludable. Habrá, que evaluar el comportamiento del sector privado en los sectores privatizados en los últimos años, habrá que redefinir la misión del sector bancario, lamentablemente mercantilista en la actualidad, reincorporándolo en su papel de depositario, como buen padre de familia, de los ahorros de los ciudadanos. Y habrá, por fin, que recuperar la función del Estado como garante de la estabilidad, no solo política sino económica y social de la comunidad.

El Estado democrático reclama que se debata, en su momento, de estas cuestiones y que se permita a los ciudadanos decidir sobre su futuro. Cualquier otra tendencia como la que “sabiamente” preconiza una gobernanza financiera mundial u otras tantas expertas fórmulas no hará mas que empeorar la dolencia y hacer mas difícil el despertar de nuestros hijos.

Quizás, en el fondo, seamos responsables de no haber advertido la deriva de la economía de mercado a una inadmisible sociedad de mercado ignorando la solidaria dimensión del ser humano.

Madrid a 14 de febrero del 2009

Abdeslam Baraka

lunes, 20 de octubre de 2008

El liderazgo de EE.UU. en tela de juicio

Elecciones americanas:
Obama o Mcain, esa no es la cuestión

Desde la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión soviética, Estados Unidos, se erigió de manera casi natural en única e ineludible referencia en política internacional.

Con el mayor potencial militar y financiero del mundo y las credenciales de libertadores frente al nazismo y vencedores del comunismo, EE.UU. se sentía con la responsabilidad histórica de ponerse al mando de la globalización para afianzar su liderazgo internacional.

Nadie sospechaba en ese momento, ni siquiera la administración americana, en qué consistía realmente dicha globalización ni cual podía ser su alcance. Cuando George Bush padre pronunciaba en 1991 su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Congreso anunciando “Un nuevo orden mundial, donde diversas naciones se unen por una causa común para lograr las aspiraciones universales de la humanidad: paz y seguridad, libertad y el gobierno de la ley”, posiblemente no pensaba mas allá de la intervención militar en la primera guerra del Golfo y de la resolución de los conflictos en base a los loables principios mencionados.

En el transcurso de los últimos quince años, hemos visto cómo se desarrollaba una cierta globalización en variedad de campos, incluso en lo delictivo, pero no pudimos conjeturar aún el anhelado “nuevo orden mundial”. Más bien asistimos al debilitamiento de la Organización de las Naciones Unidas, a una cierta crispación de las relaciones internacionales como consecuencia de un “unilateralismo” voraz y al crecimiento de la inseguridad internacional.

En todo este proceso, la imagen de EE.UU. ha sufrido un serio desgaste y al día de hoy su economía está al borde de la recesión. ¿Tendrá pues, la administración americana los medios para mantener su presencia en el mundo y resolver los conflictos en curso?¿O habremos de asistir a un nuevo aislacionismo o repliegue dictado por la escasez de recursos financieros y a la consecuente y peligrosa ausencia de liderazgo internacional?

Objetivamente, a nadie le convendría tal varapalo; máxime cuando se está muy lejos de un verdadero nuevo orden mundial capaz de aportar soluciones a los nuevos retos de la humanidad y lograr una gobernanza justa y estable de la comunidad internacional.

La paradoja está en que la elección está en manos de los propios americanos, sea cual sea el resultado de los comicios presidenciales. Se trata ante todo de fortalecer la credibilidad de una organización de Naciones Unidas renovada, sea a nivel de la resolución del veterano conflicto palestino-israelí y del resto de contenciosos pendientes o en la lucha contra el hambre y las desigualdades en el Mundo. Se trata de unir fuerzas para poner término a la sangría que supone para el tercer mundo la ola incontrolable de la emigración, y volver a tomar la relación norte-sur en el sentido del trato justo. Se trata de fomentar realmente la democracia y libertades en el mundo, respetando creencias y voluntades colectivas mas allá de los simples intereses coyunturales. Se trata, en fin, de liderar un proyecto serio a la altura de la inteligencia y de la dignidad humanas.

Comprendo que para ciertas mentes estos objetivos puedan parecer meros deseos piadosos, pero eso seria sin tomar en consideración los últimos acontecimientos y el fuerte impacto de la comunicación que les acompaña, en la opinión pública internacional.

La formidable movilización de los gobiernos para atajar la crisis financiera ha tenido al menos el mérito de demostrar que cuando algo se quiere con firmeza, se puede. Y de aquí en adelante se hará difícil para los políticos justificar su inercia frente a tantas tragedias que vive la humanidad o su complacencia ante la desmesura y la opulencia insultante de un puñado de favorecidos insolidarios.

El presidente francés, Nicolas Sarkozy, ha tenido la lucidez, en su calidad de Presidente de turno de la Unión Europea y de un país influyente en la escena internacional, de llamar a cerrar filas y a reaccionar ante lo que se avecina. Pero cuando habla de reconstruir “el capitalismo del futuro” o que el presidente George Bush insiste en preservar “los fundamentos del capitalismo democrático”, no parecen responder al verdadero reto planteado por la crisis que, sin duda, sobrepasa el enfoque técnico de la reforma del ordenamiento financiero mundial y apunta más bien hacia una cuestión de índole política que reside en la confianza. En cualquier caso, el contexto actual no soportaría nuevas dudas ni vacilaciones ante el futuro próximo.

Cuando se pretende apagar el fuego, más vale dejar que las cenizas se enfríen antes de removerlas.

Abdeslam Baraka

Rabat el 20 de Octubre de 2008

lunes, 13 de octubre de 2008

La crisis financiera vista desde Rabat

Al igual que el resto de la gente, trato de comprender lo que está pasando y lo que queda por venir. Las únicas certezas que se vislumbran en toda esta confusión es que la crisis financiera y económica no tendrá los mismos efectos sobre ricos y pobres y que las reglas del juego las dictan y las cambian a su antojo los poderosos.

Hace al menos dos décadas que el FMI y el Banco Mundial van impartiendo clases y dictando reglas de conducta a los países del Tercer Mundo para que saneen sus economías y estructuren sus finanzas. Vimos cómo se les exigía deshacerse de las empresas estatales rentables en el marco del famoso proceso de privatización. Y, para apreciar mejor el manjar, llegaron también las conminaciones sobre comercio internacional, con la abolición de fronteras para los productos manufacturados y los capitales extranjeros, y la armonización de las legislaciones laborales y de inversión en base a las pautas de los países ricos.

Es necesario recordar la convulsión que, para las poblaciones de esos países, supone soportar las famosas reformas estructurales que apuntaban a menos Estado y mayor "competitividad". Muchos gobiernos se tambalearon y otros fueron arrasados por la ira de manifestantes desesperados, aunque el nuevo sistema siguió su camino, imperturbable, decidido a dejar en la vereda a los débiles.

Para colmo, se cerraron las fronteras de los paraísos occidentales a los productos agrícolas de los países pobres y se empezó a criminalizar la inmigración de las víctimas del sistema.

Lo que no se podía imaginar es que cuando los Estados del Tercer Mundo empezaban a tapar las brechas y a curar las heridas sociales, habiendo asumido que los Estados no deben interferir en la economía ni asistir a las empresas y personas, se hayan visto sorprendidos por los remedios recetados por los poderosos para atajar la crisis actual.

Sin pretender ser exhaustivo, las medidas que deberán asumir ahora los políticos y los gobiernos se resumen en volver a las nacionalizaciones, utilizar la plancha de billetes, recurrir al producto de los impuestos para verterlos en las cajas sin fondo de las instituciones financieras, otorgar la garantía del Estado a los depósitos bancarios y, por si ello no fuera suficiente, optar por el endeudamiento exterior y el déficit presupuestario para implicar mejor a las futuras generaciones en asumir nuestras torpezas. Todo un escándalo.

Hay que imaginarse la amargura con la que se percibe este proceso desde Rabat, Brasilia o Yakarta. En un pasado muy reciente, cuando con medidas similares podían pretender relanzar sus economías y recortar distancias, se les encendía el semáforo rojo; ahora, cuando empezaban a lidiar con el mercado internacional y a sentirse aguerridos, se cambian las reglas de juego y se les deja indefensos. Por ejemplo, cuando el banco central de Marruecos sube los tipos de interés en medio punto para yugular la inflación, Trichet, que no ha cesado de defender la misma política, sucumbe al pánico y, junto con los principales bancos centrales del mundo, baja los tipos de medio punto.

Definitivamente, los países emergentes y en desarrollo deben prepararse para padecer su propia crisis.

Una de las principales consecuencias de la hecatombe financiera actual es la desecación del crédito. Sea a nivel de individuos o de Estados, el efecto se anuncia devastador. La sangre dejará de fluir en el cuerpo de la economía y el paro cardiaco será inevitable. En todo caso, las secuelas sobre las funciones del cerebro estarán servidas. Ahora bien, el que no tenga necesidad de recurrir al crédito, por tener medios para aguantar la racha, podrá esperar mejores tiempos y hasta beneficiarse. En otros términos, es el momento para los ricos de hacerse más ricos y el momento para los pobres de asumir plenamente su condición y dejar de fingir, como llevaban haciendo algunos recurriendo a los créditos al consumo y a las hipotecas.

Países como Marruecos, cuyo sistema financiero no está contaminado, tendrán que afrontar pronto la escasez de inversión exterior, la desaceleración del flujo turístico y la disminución de la actividad exportadora en general. Se trata de miles de trabajadores en situación de riesgo. Pero la cobertura social no es la misma que en los países desarrollados y tampoco lo es la capacidad intrínseca de autofinanciarse durante un largo periodo de tiempo. Lo que había que privatizar ya se ha privatizado; lo que había que conceder al sector privado a nivel de servicios públicos ya se ha concedido, y, consecuentemente, las posibilidades extraordinarias de financiación se agotan. Marruecos deberá optar, pues, por sus propias soluciones y apoyarse en su mercado interno.

Y me pregunto, ¿qué latitud tendría un país emergente en tomar medidas de protección e imaginar soluciones propias sin levantar protestas institucionales, ya que las reglas de la globalización siguen vigentes, al menos en teoría? Las propias palabras de Paulson, secretario del Tesoro, pronunciadas en el Congreso de EE UU al presentar su plan de rescate, inducen a temor. Decía: "Si no se aprueba, que Dios nos ayude". Ahora que está aprobado, parece insuficiente a todas luces. Así, digo yo, que Dios nos coja confesados.

Abdeslam Baraka

13 de octubre 2008