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miércoles, 10 de agosto de 2011

El fracaso del modelo dominante

No es utópico pensar que la razón y la voluntad de los pueblos, puedan forzar el giro decisivo que necesita la humanidad para retomar las riendas de su destino.

Cuando el 13 de Octubre de 2008 publicaba en la tribuna del diario El País el artículo titulado “La crisis financiera vista desde Rabat”, citaba al entonces secretario del tesoro americano Henry Paulson quien al presentar su plan de rescate ante el congreso de EE.UU., confesaba: “si no se aprueba, que Dios nos ayude”. Entonces no podía imaginar todo lo que quedaba por llegar. Aunque concluía mi artículo vaticinando que dicho plan parecía a todas luces insuficiente, nunca pensé que tres años después, el Altísimo seguiría siendo solicitado, a pesar de las relucientes fotos de familia del G20 y de los numerosos anuncios de medidas de regulación y de buen gobierno.

Hace poco, el Presidente Obama advertía que si el Congreso no llegaba a un acuerdo para elevar el techo de la deuda federal, el mundo corría hacia el peligro de una “crisis global”. Pero el nuevo plan se queda corto a pesar de su aprobación, pues no evita las repercusiones previstas por falta de acuerdo y no desactiva la espiral de desconfianza de los mercados financieros.

Tres años después, la segunda gran réplica de la crisis financiera esta servida, de nuevo desde los Estados Unidos . En el intervalo, varios Estados del viejo continente entraron en quiebra, otros retomaron el uso de la porra para implementar duras medidas de austeridad y tratar de yugular el descontento popular creciente. Se inició una nueva guerra en Libia y la “Primavera Árabe” sigue prometiendo ser larga, corriendo el riesgo de quedarse fuera de temporada y hacer durar una funesta lucha fratricida.

Ante la perdura de la crisis y sus rebotes ya no hay lugar a tergiversaciones y falsas promesas. Los remedios propios al sistema no han dado resultado y los expertos en la materia no pueden dar mas de sí. Sus fórmulas de reducción del déficit, del aumento del impuesto, de recortes sociales, de reforma laboral para desbaratar y facilitar el despido, de fomento del crecimiento a través del consumo…etc., han provocado suficientes estragos y derramado muchas lágrimas.

Nadie alude al equilibrio social ni a los derechos inherentes a la condición humana con la consecuente prioridad que se merecen. Hasta el ideal democrático se ve salpicado por el sometimiento de los gobernantes a un mercado dominante, sin juicio ni reglas y no queda a los pueblos mas remedio que indignarse, cada cual a su manera.

El crecimiento a nivel de cifras y estadísticas no lo es todo, máxime cuando se trata de un crecimiento forzado por medio de la agravación del endeudamiento de las familias o a través de obras de prestigio y de oportunismo electoralista. Esa clase de crecimiento a toda costa no hace mas que inflar la burbuja que nos sumerge en un largo sueño del que solemos despertarnos repentinamente atónitos y desilusionados. De igual manera, el crecimiento no puede ser global, puesto que los pueblos no disponen del mismo nivel de desarrollo y riquezas. La actual situación de los países del sur de Europa lo ilustra perfectamente.

En espera de que los economistas se pongan de acuerdo sobre los factores determinantes de un desarrollo duradero, equilibrado y humano, pertenece a los políticos retomar la iniciativa, recobrando su autonomía de decisión, sustentada en el mandato popular y hacer uso del sentido común.

Se trata en primer lugar, para cada Estado de conocer sus posibilidades y de reconocer sus límites en el marco de la transparencia democrática responsable, priorizando la formación, la salud y el bienestar mínimo razonable de su pueblo antes que cualquier gasto superfluo.

En segundo lugar, hacer del recurso a mas democracia directa una tendencia irrevocable, cada vez que se tengan que tomar decisiones de envergadura que comprometan el futuro de los ciudadanos. Y por fin, tratar de rescatar la condición humana de la espiral consumista en la que se ha visto envuelta, no siendo exagerado tampoco hablar de liberarla de la situación de casi esclavitud y de estrés a la que la someten las luchas de competitividad y de rendimiento empresariales.

No es utópico pensar que la razón y la voluntad de los pueblos, puedan forzar el giro decisivo que necesita la humanidad para retomar las riendas de su destino. No hay razón para que no encuentre su equilibrio en nuevas sendas en armonía con su condición y con la tierra que la acoge y que la nutre.

Rabat el 10 de agosto 2011.

Abdeslam Baraka

domingo, 27 de febrero de 2011

Para que el vacío no sea arrebatado por la contingencia de la aventura.


¿Habría un antídoto para evitar que la humanidad siga masacrándose y que decida vivir en paz y verdadera justicia por lo que le quedaría de existencia?

¿Porque el pueblo llano presentía la llegada de los pésimos momentos presentes y que los expertos, a los que está de moda confiar las opciones decisivas, optaron por seguir ciegos y hacer oídos sordos?

¿Será que la humanidad no cambia de naturaleza y que sigue siendo tan hipócrita y oportunista consigo misma, hasta el punto de engañarse?

¿Podría una cierta cultura, la de la solidaridad entre los pueblos, la del compromiso con la justicia y la de la defensa de la libertad, evitar a nuestros hijos seguir derramando su sangre, sin justificación vital alguna?

Alguien deberá indicar un camino, el verdadero, en el que la humanidad aprendería de sus errores y que acierte en sustituir la mera glotonería de la preponderancia y el exceso, por el cúmulo de las enseñanzas de la vida y de la historia.

Pero alguien deberá indicar ese camino, para que el vacío no sea arrebatado por la contingencia de la aventura. Alguien o simplemente algo, que consistiría en el razonado sentido común, debería lograrlo.

¡Por algo disponemos de inteligencia humana y de discernimiento!

Abdeslam Baraka


Rabat el 27 de febrero 2011