viernes, 12 de marzo de 2010

Mujer indignada por “el día de la mujer”

Era el 8 de marzo y la mujer que tenía al lado en el autobús recibía llamadas de unas amigas felicitándola y comentando el Día Internacional de la Mujer. Me sorprendió la respuesta que daba a sus exaltadas interlocutoras, en animadas conversaciones. Se sentía indignada y disminuida en su condición de mujer. Se sentía equiparada con causas y fenómenos tan dispares como el día de las cooperativas, de la preservación de la capa de ozono, el día mundial sin tabaco o a uno de tantos días que se dedican a celebrar lo que son realidades de cada día. ¿Tiene sentido celebrar el día de la madre o el del padre o el de San Valentín?

Llamaba mi atención ver a una mujer rechazar un pretendido homenaje. Al llegar a casa, busqué el calendario de eventos y días internacionales de Naciones Unidas. Conté 109 eventos, repartidos en 93 días algunas jornadas eran compartidas, y otras se transformaban en semanas. En vano traté de encontrar algún denominador común, un argumento que me ayudase a comprender los requisitos reglamentarios o, al menos razonables, que justificasen la inclusión de un evento dado en dicho calendario.

Mi confusión era total. Pasaba de principios universales de importancia trascendental, a aniversarios o causas regionales o nacionales, pasando por homenajes relativos a conceptos obviamente obsoletos. Lo único que aparecía claro era que los participantes en las asambleas generales debieron sentirse muy orgullosos con la sensación del deber cumplido, y seguramente convencidos de haber resuelto un problema importante.

Quise comprender a la mujer del autobús. Pensé que no era cuestión de pasar por alto la milenaria y penosa lucha de tantas mujeres y de no pocos hombres, convencidos de la igualdad de género; lucha que todavía tiene mucho camino por recorrer. Para ella se trataba de evitar que la cuestión de la mujer se frivolice o que se reduzca a un simple  trofeo, expuesto en las estanterías del museo de resoluciones de la asamblea general de Naciones Unidas.

Me puse en su lugar y me dije que las causas no avanzan con discursos o banquetes, ni se imponen a través de festejos o dedicándoles escasos minutos de difusión, en la radio y televisión, una vez al año. Que no es suficiente recordar, esporádicamente, a los que deciden y legislan que la mujer sigue sufriendo y que merece la compasión de sus señorías. Que no estamos confrontados a la situación de una minoría discriminada o al apoyo a un grupo político perseguido por sus ideas o declaraciones, que pueden merecer interés y solidaridad. 

Entendí, entonces, que el tema era mucho más grave y ciertamente más importante de lo que aparentaba ya que concernía a la otra mitad de la humanidad y que, en fin de cuentas, era el problema de toda la humanidad.

¿Tanto cuesta hacerse a la idea de que esa hija, ese cónyuge, esa madre, es la misma persona en diferentes etapas de su vida, que es la mujer, sin más ni menos? ¿Cómo comprender que se la proteja, se la maltrate  o desdeñe y se la venere cuando es hija, cuando es cónyuge o cuando es madre, según la suerte que le toque? Y para colmo, que esa suerte resida en un hijo, un cónyuge o un padre, en un hombre. Es decir, un semejante en alguna etapa de su vida.

Ahora me doy cuenta de que la mujer del autobús llevaba toda la razón. La solución no podía estar en los meandros de la ONU, ni mucho menos en sus resoluciones o días internacionales, sino en nuestro profundo interior.

Algo, pues, tendremos que hacer para reencontrarnos, reconciliarnos con nosotros mismos y con nuestro género. Quizás se trate de recuperar y vivir con plenitud nuestra condición de seres humanos.

Abdeslam Baraka
CCS

12 de Marzo 2010